La belleza física de José era un reflejo de su belleza espiritual interior: su dedicación firme a los ideales de la Torá. Por virtud de su propia perfección espiritual, José fue capaz de cumplir con su misión Divina: acercar a otros a Di-s.
Tal como José, todos somos llamados para traer a otros más cerca de Di-s. Para tener éxito como lo tuvo José, debemos intentar ser, como él, espiritualmente “hermosos en forma y complexión.”
Esto no significa que debemos esperar hasta que alcancemos la perfección espiritual antes de acercarnos a otros; la perfección es relativa, y comparado con aquellos que saben menos que nosotros, somos suficientemente “hermosos” para inspirarlos. Sin embargo, debemos recordar también que si somos negligentes con nuestro propio crecimiento espiritual, otros tomarán nota, y como resultado estarán menos inclinados a tomar nuestras palabras en serio.1
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