El Altar Exterior era usado para ofrendar tres tipos de animales: bovino, ovino y caprino. Los sacrificios animales que ofrendamos en nuestros santuarios personales internos son las diversas facetas del lado “animal” de nuestras personalidades. Nuestro “ganado” interno son nuestros impulsos a ser confrontacionales, de oponernos a las directivas del lado Divino de nuestras personalidades. Nuestra “oveja” interna son nuestros impulsos a ser conformistas, a seguir la corriente en busca de comodidades porque somos demasiado débiles para afirmar nuestra naturaleza Divina. Nuestras “cabras” internas son nuestros impulsos a ser testarudos, a rechazar descaradamente cambiar nuestras nociones preconcebidas.
“Sacrificamos” nuestro animal interno al renunciar a nuestra orientación animal hacia la vida. “Salpicamos su sangre” y “ponemos su grasa” en el altar al reorientar nuestro entusiasmo (sangre caliente) y placer (grasa) hacia la Divinidad. “Quemamos” nuestro animal interno en el altar al permitir que el lado Divino de nuestra personalidad consuma nuestros instintos animales.
El hecho que el altar de sacrificios estuviese situado fuera del Tabernáculo, en el patio, nos enseña que refinar el lado animal de nuestras personalidades es un prerrequisito para entrar en el ámbito de la santidad y de la conciencia Divina, representados por el Tabernáculo mismo.1
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