A pesar de que el pueblo judío no ha tenido reyes desde la destrucción del primer Templo y no tendrá otro más que el propio Mesías, aun así se nos ordena designar una autoridad por encima de nosotros —tanto a nivel individual como colectivo— siempre que esta sea relevante. Los sabios dicen a cada uno de nosotros: “Hazte de un maestro [de Torá]” con quien poder consultar todos los temas relativos a la vida espiritual.
Evitemos el engaño de suponer que podemos confiar en nuestros propios “jueces y policías”. Tampoco pensemos que no existe nadie capaz de entendernos lo suficiente como para ser nuestro “rey”. La Torá nos asegura que, si buscamos en forma apropiada y diligente, encontraremos los mentores más adecuados para nuestras necesidades espirituales.1
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