Nuestras emociones son la medida de nuestra madurez. Son muchas las personas dotadas de inteligencia o talentos superiores; sin embargo, las emociones verdaderamente depuradas se logran dejando atrás el narcisismo infantil y contribuyendo al mundo. De manera análoga, los árboles frutales nos proveen de alimento y disfrute a partir de su propio “esfuerzo” como árboles, mientras que los árboles estériles nada más nos impresionan con su presencia majestuosa; quizás den sombra, pero nada sacrifican de sí al hacerlo.
En consecuencia, cuando nos encontramos en busca de instrucción e inspiración, debemos dirigirnos a personas que no solo sean inteligentes y talentosas, sino que utilicen sus dotes de manera consistente para el bien del mundo. Asimismo, también nosotros —desde luego— debemos emular el ejemplo de los árboles frutales.1
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