Metafóricamente, Jacob y Esaú representan las dos almas (y sus instintos opuestos) que existen dentro de cada uno de nosotros. Todos poseemos un Jacob interno, es decir nuestra alma Divina con sus instintos Divinos, y también un Esaú interno, es decir nuestra alma animal con sus instintos egoístas. Cuando nuestra alma Divina se afirma, debilita las tendencias materialistas del alma animal.
El alma Divina se sobrepone al alma animal en la misma forma en que la luz se sobrepone a la oscuridad. La luz no tiene que esforzarse activamente para disipar la oscuridad, esta simplemente deja de existir en presencia de la luz. Similarmente, en cuanto dejamos que la santidad y la bondad de nuestras almas Divinas brillen estudiando Torá y cumpliendo con los mandamientos, el egoísmo del alma animal desaparece.1
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