Treinta años de trabajos obligatorios no lograron quebrar el espíritu judío ni disminuir su fertilidad. Fue debido a esto que el Faraón intensificó su esclavitud haciendo que hagan tareas sin sentido. Cinco años después de someter a los judíos a este trabajo desmoralizante, nació Moisés a Amram, nieto de Leví hijo de Jacob, y a Iojebed, hija de Levi. Los astrólogos del Faraón vieron que el futuro redentor de los judíos había nacido, por lo que el Faraón intentó evitar la redención decretando que todo varón recién nacido fuera matado.
Ahogándose en Egipto
וַיְצַו פַּרְעֹה לְכָל עַמּוֹ לֵאמֹר כָּל הַבֵּן הַיִּלּוֹד הַיְאֹרָה תַּשְׁלִיכֻהוּ וְכָל הַבַּת תְּחַיּוּן: (שמות א:כב)
El Faraón ordenó a todo su pueblo: “Deben arrojar al Nilo todo varón que nazca, pero deben dejar a toda niña vivir.” Exodo 1:22

Al ordenarle a su pueblo que dejen “a toda niña vivir”, el Faraón pretendió que las niñas judías fueran criadas como egipcias. Por lo tanto decretó que los varones sean matados físicamente y que las niñas sean matadas espiritualmente. El decreto de arrojar a los varones al Nilo también alude a sumergir a los judíos en la cultura egipcia, dado que los egipcios adoraban al Nilo como fuente de su sustento y cultura.

Egipto es el prototipo de todos los exilios. En todos los exilios, la cultura dominante nos urge a que eduquemos a nuestros hijos a su forma, prometiendo que ese es el camino para lograr el éxito material y social. Tal como en Egipto, el resistir la seducción de dichas promesas y asegurando que nuestros hijos se eduquen para apreciar los valores de la Torá es lo que garantizará su felicidad material, social y espiritual, como también su libertad de las cadenas del exilio.1