Las nubes ocultan lo que está dentro y detrás de ellas, y son por lo tanto una metáfora para la incomprensible infinidad de D-os, que está más allá de la capacidad de captación de la mente humana. Es debido a esto que una vez que la presencia de D-os se posó sobre el Tabernáculo, ni siquiera Moisés pudo entrar.
Sin embargo, en el comienzo del siguiente libro de la Torá, Levítico, D-os llama a Moisés desde dentro del Tabernáculo, permitiéndole así entrar a pesar de la nube Divina que se posaba sobre él y la Gloria de D-os que lo llenaba.
Se nos enseña que en ausencia del Tabernáculo (y su sucesor el Templo Sagrado de Jerusalén), D-os se revela a nosotros a través de la Torá. Todos poseemos un Moisés interno, es decir la capacidad de dedicarnos desinteresadamente a D-os y Su voluntad. D-os nos llama a través de este Moisés interno, permitiéndonos entrar en los misterios de la Torá y comunicarnos con Su presencia. Cumpliendo los mandamientos y rezando, nos refinamos a nosotros mismos y así podemos percibir la presencia de D-os en forma cada vez más clara en nuestro estudio de Su Torá.1
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