Luego de la bendición de Aarón y una plegaria de Moisés, un fuego descendió del cielo y consumió las partes de los sacrificios que habían sido puestas en el Altar. Cuando el pueblo judío vio esto, se pusieron eufóricos por la presencia de D-os que se les aparecía nuevamente en forma abierta. Sus esfuerzos en donar material para el Tabernáculo y trabajar diligentemente para su construcción, como también su “trabajo” interno en arrepentirse por el incidente del Becerro de Oro, habían dado fruto. Pero entonces, dos de los hijos de Aarón, Nadav y Avihu, ofrendaron un incienso por iniciativa propia. Para el horror de todos, descendió nuevamente un fuego Divino, pero esta vez en forma de dos pares de llamas que entraron en las fosas nasales de Nadav y Avihu, matándolos al instante.
Manejando el Éxtasis
וַתֵּצֵא אֵשׁ מִלִּפְנֵי ה' וַתֹּאכַל אוֹתָם וגו': (ויקרא י:ב)
Salió un fuego de D-os y los consumió. Levítico 10:2

וַתֵּצֵא אֵשׁ מִלִּפְנֵי ה' וַתֹּאכַל אוֹתָם וגו' (ויקרא י:ב)

Nadav y Avihu se dejaron llevar por el éxtasis del momento. En su intenso deseo de apegarse a D-os, expresado a través de la ofrenda de un incienso no autorizado, ascendieron a través de las alturas espirituales incluso mientras sentían que sus almas los estaban dejando. Desde esta perspectiva, su muerte no fue un castigo sino el cumplimiento de su deseo de disolverse en la esencia de D-os.

Sin embargo, no tenemos que imitar su ejemplo; al contrario, se nos prohibe expresamente perseguir un éxtasis espiritual suicida de este tipo. Aunque es necesario buscar inspiración y renovarla constantemente, el propósito de alcanzar planos de consciencia Divina cada vez más altos es traer la conciencia que adquirimos hacia el mundo, logrando así que el mundo sea cada vez más consciente de D-os, transformándolo en Su hogar.1