D-os le dijo al pueblo judío que cuando entren a la Tierra de Israel y planten árboles, no deben comer del fruto de cualquier árbol recién plantado durante los primeros tres años de su crecimiento. El fruto que el árbol produzca durante su cuarto año debe ser considerado “sagrado”, lo cual en este contexto significa que debe ser llevado al Tabernáculo (o su sucesor, el Templo Sagrado) para ser comido en su área circundante (o ciudad). Sólo el fruto del quinto año en adelante puede ser comido libremente.
Infundiendo Santidad a la Vida
לְהוֹסִיף לָכֶם תְּבוּאָתוֹ וגו': (ויקרא יט:כה)
[D-os le dijo al pueblo judío que se abstenga de comer del fruto de sus árboles durante los primeros tres años, y considere el fruto del cuarto año como sagrado] “para que se incremente su cosecha para ustedes.” (Levítico 19:25)

Sorprendentemente, D-os nos dice que el objetivo de observar dichas restricciones sobre el consumo del fruto de un árbol durante sus primeros cuatro años es en aras del quinto año en adelante. ¿No debería ser la santidad del cuarto año el objetivo de este proceso, en vez de la mundanidad del quinto año en adelante?

La respuesta es que la santidad en sí no es el objetivo de la vida; el objetivo es llenar lo mundano con santidad, porque sólo así podemos convertir a todas las facetas de la vida en un hogar para D-os, cumpliendo así el propósito de la creación. Cuando tomamos el fruto del quinto año en adelante, que no es intrínsecamente sagrado, y lo usamos para propósitos sagrados, estamos logrando precisamente eso. Esto es especialmente así cuando reconocemos que las bendiciones de abundancia del quinto año nos vienen como resultado directo de haber escuchado las instrucciones de D-os con respecto al fruto de los anteriores cuatro años.1