Los dos temas finales de esta sección de la Torá tratan de lo que se debe hacer con nuestros animales primogénitos y con uno de cada diez de nuestros animales en general. Los animales primogénitos deben ser ofrendados como sacrificios (a los sacerdotes se les da parte de su carne para comer); el diezmo de los animales debe ser comido en Jerusalem por sus dueños. Estos dos mandamientos reflejan las dos facetas complementarias de la institución de los sacrificios: santificar al mundo y santificarnos a nosotros mismos.
Así pues, estos dos mandamientos conforman una conclusión apropiada al libro de Levítico, el libro en el que escuchamos el llamado de D-os, desafiándonos a vivir con total consciencia de nuestro potencial innato como pueblo elegido de D-os. Al hacerlo así, nos transformamos en un “reino de sacerdotes”, santificando la realidad mundana. De esta forma, cumplimos el propósito de la Creación: hacer que el mundo sea el verdadero hogar de D-os.1
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