A continuación D-os le instruyó a Moisés con respecto a las leyes especiales que se aplican a los animales primogénitos y a cada décimo animal que nace
Respondiendo al Llamado de D-os
אַךְ בְּכוֹר אֲשֶׁר יְבֻכַּר לַה' בִּבְהֵמָה לֹא יַקְדִּישׁ אִישׁ אֹתוֹ . . . לה' הוּא: (ויקרא כז:כו)
[D-os le instruyó a Moisés que le diga al pueblo judío] “Ningún hombre puede consagrar su animal primogénito [como cualquier otro tipo de sacrificio] ... dado que debe ser para D-os.” Levítico 27:26

Los dos temas finales de esta sección de la Torá tratan de lo que se debe hacer con nuestros animales primogénitos y con uno de cada diez de nuestros animales en general. Los animales primogénitos deben ser ofrendados como sacrificios (a los sacerdotes se les da parte de su carne para comer); el diezmo de los animales debe ser comido en Jerusalem por sus dueños. Estos dos mandamientos reflejan las dos facetas complementarias de la institución de los sacrificios: santificar al mundo y santificarnos a nosotros mismos.

Así pues, estos dos mandamientos conforman una conclusión apropiada al libro de Levítico, el libro en el que escuchamos el llamado de D-os, desafiándonos a vivir con total consciencia de nuestro potencial innato como pueblo elegido de D-os. Al hacerlo así, nos transformamos en un “reino de sacerdotes”, santificando la realidad mundana. De esta forma, cumplimos el propósito de la Creación: hacer que el mundo sea el verdadero hogar de D-os.1