Amalek atacó al pueblo judío por primera vez cuando estaba por recibir la Torá y volvió a atacarlo cuando se preparaba para entrar en la Tierra de Israel.
De manera análoga, nuestro Amalek interior primero intenta enfriar nuestro entusiasmo hacia D-os y Su Torá. En la medida en que cumplamos con nuestras obligaciones religiosas, esto no parecería ser un problema muy grande. Pero si encaramos nuestra misión divina sin calidez y entusiasmo, acabaremos por perder interés en ella, y buscaremos diversiones que nos ofrezcan una gratificación material o espiritual más inmediata.
Si nuestro Amalek interior fracasa en enfriar nuestro entusiasmo, intentará tomar control de nuestra vida “en la tierra”, es decir, en la vida material a la que entramos luego de nuestra plegaria y estudio diarios. Argumentará: “Sé santo mientras estás rezando y estudiando Torá, pero cuando estás ganando el sustento y tratando con el mundo físico, vive según mis reglas.”
Esta voz, que puede sonar como la de un comerciante astuto, es en realidad la voz de Amalek. Sus concesiones a nuestros emprendimientos espirituales no tienen otro objetivo más que destruirnos. Hacia Amalek la única respuesta apropiada es exterminarlo renovando constantemente nuestro entusiasmo por D-os y Su Torá, y nuestro deseo de que D-os sea nuestro guía en todos los aspectos de la vida.
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