Balaam odiaba con pasión a D-os y sus emisarios, el pueblo judío. Temprano en la mañana buscó acometer su maléfica misión: se dirigió a D-os para “recordarle” cuán rápidamente se habían rebelado los judíos en contra de Él. A esto, D-os le replicó que esa rapidez había sido precedida por la del patriarca Abraham: Abraham se había levantado temprano por la mañana para cumplir con amor y devoción la orden que Él le diera de sacrificar a su hijo Isaac. El mérito del amor de Abraham por D-os contrarrestó el odio de Balaam. El pueblo judío recibió en herencia el amor de Abraham; sus rebeliones en el desierto fueron apenas raptos temporales en su inherente y eterna devoción a D-os.
De manera análoga, cada vez que intentemos reparar el daño que podamos haber causado por desatender deliberadamente la voluntad de D-os, la forma más segura de compensar dichos pecados es fortaleciendo nuestro amor por Él. Este amor transformará a su vez los pecados del pasado en motivación para realizar buenas acciones. Así como D-os transformó las maldiciones de Balaam en bendiciones, también nosotros podemos siempre transformar “maldiciones” en bendiciones.
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