El fundador del jasidismo, Rabí Israel Baal Shem Tov, enseñó que esos cuarenta y dos viajes se corresponden con los cuarenta y dos viajes espirituales que hacemos a lo largo de nuestra vida. Comenzamos con el nacimiento, así como el Éxodo de Egipto fue el nacimiento nacional del pueblo judío. El último viaje es a la Tierra Prometida espiritual, la vida que nos espera después de la muerte.
A pesar de que algunos de los viajes intermedios en el recorrido del pueblo judío a través del desierto se vieron acompañados de adversidades, todas las estaciones de nuestro viaje espiritual a través de la vida apuntan a ser sagrados y positivos. Si elegimos el bien por sobre el mal, realmente viviremos a través de esas fases de la vida de la forma que D-os pretende. Si, como el pueblo judío en el desierto, hacemos las elecciones equivocadas, viviremos esos viajes como retrocesos temporales. Aunque nos esforcemos en cada paso de la vida por adoptar las decisiones correctas, debemos también reconocer que incluso los contratiempos pueden transformarse en positivas experiencias de crecimiento.1
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