En hebreo, la expresión para ‘idolatría’ (avodá zará) significa literalmente ‘servicio ajeno’. Todo tipo de adoración, todo tipo de servicio que sea “foráneo” al lado divino de nuestras personalidades es una forma sutil de idolatría. El objeto de nuestro servicio ajeno puede ser cualquier cosa: desde el dinero, el éxito, el control o la fama hasta ídolos más “inocentes” como la seguridad, la sabiduría o la salud. Cualquier objeto u objetivo al que nos dediquemos que no nos ayude a cumplir nuestra misión divina es calificado como “servicio extraño”.
D-os desea toda nuestra lealtad por nuestro propio bien. Quiere salvarnos del dolor y el trauma que surgen a consecuencia de intentar servir múltiples amos. Cuando aprendemos a orientar aun las actividades más mundanas hacia la divinidad, de forma tal que cada parte de nuestra vida se vuelve parte de nuestra misión divina, podemos vivir libres de los conflictos internos que desafortunadamente hacen estragos en la salud espiritual y mental de muchas personas. Por ende, es crucial que nos convirtamos en guerreros espirituales desarraigando y destruyendo nuestros ídolos internos, para entrar en la “Tierra Prometida” de una vida íntegra orientada hacia la divinidad.1
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