Es posible pensar que, cuanto mayor sea la entrega a D-os, mayor será la pérdida de la individualidad. La Torá nos enseña aquí que no es esa la verdad sino lo opuesto: nuestra verdadera individualidad depende en forma directa de la profundidad de nuestro apego a D-os. Lo que solemos confundir con nuestra personalidad en realidad es nuestra faceta animal, que es secundaria. Dado que compartimos los mismos impulsos animales que el resto de la humanidad, la personalidad que surge de esos impulsos constituye a lo sumo una variación del tema común a todos los seres humanos. Por lo tanto, la individualidad de ese aspecto de nuestra personalidad es de hecho una ilusión.
En cambio, dado que D-os es infinito, infinitas también son las formas en las que se puede manifestar Su divinidad a través nuestro; por lo tanto, lo que nos hace verdaderamente únicos es exclusivamente nuestra personalidad divina. Se deduce de esto que, cuanto más permitamos la disolución de nuestra faceta animal mientras nos acercamos a D-os, tanto más permitimos el brillo de nuestra singular personalidad divina.1
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