Moshé ya cargaba con las dos tablas; no tenía necesidad alguna de “tomarlas” para romperlas. Las tomó con las manos como un gesto de propiedad; quería asumirlas como propiedad personal para asumir toda la culpa por romperlas.
En esta imagen se evidencia la desinteresada devoción de Moshé por el pueblo judío. No le bastó con romper las tablas para “destruir la evidencia” del pacto sellado entre el pueblo judío y D-os, roto por aquel. No le bastó con ofrecer dar la vida para que D-os perdonara al pueblo judío. Llegó al punto mismo de asumir la culpa por romper la tablas. Por lo demás, recordemos que Moshé no tuvo participación en absoluto en el episodio del becerro de oro, no era siquiera “culpable” de no haberlo evitado: ¡él no estaba siquiera presente cuando ocurrió!
El ejemplo de Moshé es una lección para todos nosotros, porque todos somos líderes. Todos somos responsables el uno del otro, tanto en el círculo familiar, de amistades, de socios, del pueblo judío o de toda la humanidad. Debemos estar preparados y dispuestos a dejar de lado todo lo que sea necesario —recursos, reputación, hasta la propia vida— para garantizar la supervivencia del pueblo judío y el progreso en nuestra misión divina de transformar el mundo en la verdadera morada de D-os.1
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