Moshé partió las primeras tablas cuando vio que el pueblo judío había forjado el becerro de oro. Esas tablas partidas eran guardadas en una caja especial de madera, que D-os ordenó que el ejército judío llevara consigo cada vez que entraran en batalla. Pero ¿cómo puede el eterno testimonio del pecado cometido por los judíos al crear un becerro de oro ser de alguna ayuda, o de algún mérito, cuando están arriesgando sus vidas en batalla?
Moshé partió las primeras tablas al ver el becerro de oro porque en ese momento habían perdido todo valor. La Torá “voló” de las tablas y regresó al cielo, y en la tierra quedaron apenas dos tablas inanimadas. El propio D-os las había grabado, pero nada eran ahora comparadas con lo que habían sido cuando D-os grabara en ellas los Diez Mandamientos. Por lo tanto, la lección de las tablas partidas es que nunca debemos estar satisfechos con nuestro valor inherente; siempre debemos buscar maximizar nuestro potencial.
La misma lección es válida hoy en día. En vez de darnos por satisfechos con logros pasados, debemos buscar continuamente materializar nuestro potencial personal y nuestra misión divina, reconociendo que sin ella no somos más que una piedra rota, sin vida alguna.1
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