Dado que la sangre de un animal contiene su vitalidad, sería lícito pensar que consumir sangre y utilizar su vitalidad para propósitos sagrados constituiría un admirable esfuerzo por depurar el mundo material. Es necesario, pues, distinguir entre la carne y su sangre. La carne representa el mundo material mismo, que somos capaces de disfrutar de forma sagrada. La sangre, sin embargo, al representar la vitalidad y el entusiasmo por la vida no puede disfrutarse por sí sola, porque es imposible gozar el puro goce de forma desinteresada y sagrada.
Así, la sangre puede ser ofrendada en el Altar como parte de un sacrificio, porque de esta forma tiene por único objeto la santidad. Pero si es parte del mero acto de comer, es decir, si tiene por único objeto la preservación y mejora del cuerpo, debe ser evitada. Debemos aspirar a entusiasmarnos solo por temas sagrados, en vez de por asuntos exclusivamente materiales.1
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