Moshé ordenó al pueblo judío erradicar de la Tierra de Israel todo rastro de idolatría. Luego ordenó establecer un lugar central para los ritos sacrificiales (lo que luego habría de ser el Templo en la ciudad de Jerusalem). Informó a continuación que, aunque la sangre de los sacrificios es “consumida” por D-os en el altar, la sangre animal no debía ser consumida por los judíos cuando comieran carne.
Aspiración del alma
רַק חֲזַק לְבִלְתִּי אֲכֹל הַדָּם וגו': (דברים יב:כג)
[Moshé dijo al pueblo judío que cuando ellos comieran carne, debían] “ser fuertes y no consumir la sangre.” Deuteronomio 12:23

Dado que la sangre de un animal contiene su vitalidad, sería lícito pensar que consumir sangre y utilizar su vitalidad para propósitos sagrados constituiría un admirable esfuerzo por depurar el mundo material. Es necesario, pues, distinguir entre la carne y su sangre. La carne representa el mundo material mismo, que somos capaces de disfrutar de forma sagrada. La sangre, sin embargo, al representar la vitalidad y el entusiasmo por la vida no puede disfrutarse por sí sola, porque es imposible gozar el puro goce de forma desinteresada y sagrada.

Así, la sangre puede ser ofrendada en el Altar como parte de un sacrificio, porque de esta forma tiene por único objeto la santidad. Pero si es parte del mero acto de comer, es decir, si tiene por único objeto la preservación y mejora del cuerpo, debe ser evitada. Debemos aspirar a entusiasmarnos solo por temas sagrados, en vez de por asuntos exclusivamente materiales.1