Se nos ha enseñado que si Moshé hubiera entrado a la Tierra de Israel junto al pueblo judío, la conquista se habría logrado casi sin esfuerzo alguno. La intensidad de la santidad de Moshé habría neutralizado toda oposición a la misma. Lo mismo habría ocurrido con nuestra “conquista” de la materialidad del mundo: la entrada de Moshé a la Tierra de Israel habría eximido de esfuerzo nuestra tarea de elevar y depurar el mundo.
Esta es, en el fondo, la razón por la que D-os no permitió que Moshé entrara en la Tierra Prometida. D-os nos quiere colmar de infinita bondad. Sin embargo, si hiciera esto de forma irrestricta, sin requerir que nos “ganemos” su bondad, nos sentiríamos avergonzados, y su deseo de bondad para nosotros resultaría contraproducente. Es por ello que hizo que el otorgamiento de Su infinita bondad dependa de nuestros esfuerzos. Cuando activamos nuestro potencial oculto para superar los obstáculos que se interponen a nuestra misión divina de perfeccionar el mundo, nos ganamos la infinita bondad de D-os.1
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