Fue en este sentido que Hilel el Anciano, cuando iba a comer, decía a sus discípulos que iba a hacer un favor al "menospreciado y pobre", su cuerpo. El consideraba su cuerpo como una cosa ajena, y por eso dijo que le estaba haciendo un favor al darle de comer. Porque él mismo no era otra cosa que el Alma Divina. Ella sola animaba su cuerpo y su carne, porque en los tzadikím el mal que estaba en el alma vital investida en su sangre y carne había sido transformado en bien y absorbido realmente en la santidad del Alma Divina.

Sin embargo, en el beinoní, puesto que el ser y la esencia del Alma vitalizadora Animal —proveniente de la sitrá ajará— que se inviste en su sangre y carne no ha sido transformado en bien, es ese, [el Alma Animal,] realmente, el hombre mismo.