Aquellos cuyas almas están en el nivel de beinoním deben buscar medios para combatir otra dificultad más. Ocasionalmente, y aun frecuentemente, experimentan una pesadez de corazón (timtúm halev), como si éste se hubiera transformado en piedra y, por más que [este individuo] lo intente, no logra abrir su corazón en plegaria, que [por definición] es el "servicio del corazón". Además, en determinados momentos la pesadez de su corazón le impide luchar contra el Impulso [al Mal] santificándose en las cosas permitidas.

En este caso, el consejo del santo Zohar es como dijera el presidente de la academia del Gan Edén: "Una viga de madera que no prende fuego debe ser astillada..., [y similarmente,] un cuerpo en el cual no penetra la luz del alma debe ser machacado".

La referencia a la "luz del alma" [que, en este caso, no penetra en el cuerpo,] significa que la luz del alma y el intelecto no brilla lo suficiente como para predominar sobre la hosquedad del cuerpo. Así, aunque comprende y medita en su mente acerca de la grandeza de Di-s, aquello que comprende no es absorbido e implantado en su mente lo suficiente como para permitirle superar la hosca aspereza del corazón, a causa del grado de su hosquedad y aspereza.

La causa [de esta deficiencia] es la arrogancia de la kelipá [del Alma Animal], que se exalta por encima de la santidad de la luz del Alma Divina, de modo que oculta y oscurece su luz. Por eso se la debe machacar y derribar al suelo. Esto es, fijar momentos específicos para humillarse a sí mismo y considerarse "despreciable y aborrecible", como está escrito. Ahora bien, "un corazón quebrantado [lleva a] un espíritu quebrantado", y el "espíritu" es la sitrá ajará que, en el caso de los beinoním, es el hombre propiamente dicho. Porque el alma vital que anima el cuerpo conserva la plenitud de su poder en su corazón tal como era al nacer, de modo que es el mismísimo hombre. Y respecto del Alma Divina dentro de él, se dice: "El alma que Tú has dado dentro de mí es pura". [Las palabras] "dentro de mí" implican que la persona misma [que las está diciendo] no es el "alma pura", salvo en el caso de los tzadikím. En ellos es a la inversa: el hombre mismo es el "alma pura", es decir, el Alma Divina, mientras que sus cuerpos son denominados "la carne del hombre".

Fue en este sentido que Hilel el Anciano, cuando iba a comer, decía a sus discípulos que iba a hacer un favor al "menospreciado y pobre", su cuerpo. El consideraba su cuerpo como una cosa ajena, y por eso dijo que le estaba haciendo un favor al darle de comer. Porque él mismo no era otra cosa que el Alma Divina. Ella sola animaba su cuerpo y su carne, porque en los tzadikím el mal que estaba en el alma vital investida en su sangre y carne había sido transformado en bien y absorbido realmente en la santidad del Alma Divina.