Además de esto, [la persona] debe recordar que, como en el caso de un rey mortal, el temor [a él] se relaciona principalmente con su esencia interior y vitalidad y no con su cuerpo —pues cuando duerme, [aunque su cuerpo no cambia] no se le teme— y, ciertamente, su esencia interior y vitalidad no son percibidos por los ojos físicos, sino sólo con los ojos de la mente, a través de los ojos físicos que están observando su cuerpo y atuendos, y sabiendo que esta vitalidad está investida en ellos. Y si esto es así, [pues entonces en el objeto de la analogía pasa lo mismo: no sólo el Rey lo está viendo a él, sino que también él está viendo al Rey, y eso lo lleva a temer a Di-s, lo que es más la persona] debe del mismo modo temer realmente a Di-s cuando observa con sus ojos físicos los cielos y la tierra y todas sus huestes, en los que está investida la [infinita] luz del bendito Ein Sof que los anima.*

* NOTA

Y también se ve con la mirada del ojo que ellos están anulados a Su bendita luz, por el hecho de que se "prosternan" cada día hacia el oeste en el momento en que se ocultan. Como los Sabios comentaron sobre el versículo: "...y la legión de los cielos se inclina a Ti", que la Shejiná mora en el oeste, de manera que [las huestes celestes no sólo demuestran su anulación cuando se ponen en el oeste, sino que] su órbita diaria hacia el oeste es una suerte de prostración y autoanulación. Ahora bien, incluso aquel que nunca ha visto al rey y no lo conoce en absoluto, no obstante, cuando ingresa a la corte real y ve muchos príncipes honorables prostrándose ante un hombre, cae sobre él temor y reverencia.

Y aunque en esta investidura [de la fuerza vital Divina en los seres creados] están involucradas muchas vestimentas, no hay diferencia ni distinción en absoluto en el temor a un rey mortal, ya sea que éste esté desnudo o vestido con una o muchas ropas.

Lo esencial es, sin embargo, el entrenamiento para habituar la propia mente y pensamiento continuamente, de modo que siempre quede en su corazón y mente la impresión de que todo lo que ve con sus ojos —los cielos, la tierra, todo lo que ellos contienen— constituyen las vestimentas externas del Rey, el Santo, bendito sea. De esta manera recordará constantemente su interioridad y vitalidad. Esto está también implícito en la palabra emuná ("fe"), que es un término que indica "entrenamiento" al que el hombre acostumbra a sí mismo, como un artesano que entrena sus manos, y así por el estilo.