El concepto anterior, sin embargo, puede entenderse por medio de la analogía de la siembra de semillas [de grano] o el plantado de pepitas [de fruta]: la espiga que brota de la semilla, y el árbol con sus frutos [que crecen] de la pepita, no son la misma esencia y ser de la semilla o de la pepita en absoluto, pues su esencia y ser se ha consumido y decaído en el suelo [por lo que no son la fuente de la propiedad vegetativa]. Es la propiedad vegetativa en el suelo mismo, lo que origina y hace crecer la espiga o el árbol y su fruto; sólo que [es necesario sembrar porque el poder vegetativo de la tierra] no manifiesta su poder hacia afuera —de lo potencial a lo real— salvo por medio de la semilla o pepita que decayeron en el suelo y cuyo poder por entero fue consumido por la propiedad vegetativa en el suelo, de modo que se unieron y volvieron una misma cosa. De este modo la propiedad vegetativa concreta su potencial, y emana vitalidad para posibilitar el crecimiento de una espiga asociada a la semilla sembrada, si bien con un enorme incremento en cada espiga [de manera que una espiga contiene muchos granos] y, del mismo modo, hay muchos frutos en un único árbol. Además, la naturaleza y esencia misma de los frutos excede inmensamente la naturaleza y esencia de la semilla plantada. Lo mismo es cierto del producto de la tierra que crece de semillas al estilo de pepitas, como los pepinos y similares. Todo esto es así porque el tronco y la raíz de la vitalidad de los frutos emana de la propiedad vegetativa del suelo que incluye la vitalidad de todos los frutos [y los hace crecer]; [no obstante, se debe plantar una semilla —más específicamente, la semilla de la especie específicamente deseada— pues] las semillas sembradas en la tierra no son sino como un "estímulo desde abajo", que en los escritos del AríZal se denomina "elevación de máin nukvín", [la iniciativa de las "aguas femeninas", receptoras, para despertar el flujo de las "aguas masculinas", dadoras].
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