Ahora bien, en vista de que los mandamientos nos fueron entregados por medio de su investidura en el atributo de guevurá y la contracción de la radiación [Divina], etc., la mayoría de los mandamientos tienen una medida delimitada —por ejemplo, el largo de los tzitzít debe ser de doce veces el ancho del pulgar; los tefilín, [una medida del ancho de] dos dedos por dos dedos, y necesariamente cuadrados; el lulav, [el largo de] cuatro puños; la sucá, siete puños; el shofar, un puño; y la mikvé, cuarenta seá. Los sacrificios, también, tienen una medida delimitada en cuanto a su edad, como, por ejemplo, "ovejas de un año", "carneros de dos años", y "bueyes"....

Lo mismo se aplica al acto de caridad y a la práctica de benevolencia con el dinero propio; pese a que éste es uno de los pilares sobre los que descansa el mundo —como está escrito: "El mundo es construido por jésed"—, tiene, no obstante, una medida prefijada de preferentemente un quinto [del ingreso propio] si se desea cumplir el precepto de la mejor manera posible, y de un décimo para una medida media, etc. Esto es lo que se denomina "jésed del mundo". Es decir "el jésed de Di-s que perdura a lo largo del día", que está investido en los mundos superiores e inferiores a través del estímulo del [ser] inferior, es decir, por los preceptos de caridad y benevolencia que las personas practican una con otra. Pero dado que el mundo es finito y medible —"De la tierra a los cielos hay una distancia de 500 años y análogamente de un cielo a otro [hay una distancia de 500 años]", y "Seis mil años existirá el mundo..."— al precepto de caridad y bondad de la Torá también se le ha asignado un límite y una medida, como los demás mandamientos de la Torá.