Cuando Abraham suplicó al Altísimo que perdone a los hombres de Sodoma y Gomorra, se expresó con las siguientes palabras1: "Y yo soy polvo y ceniza". Sobre esto dicen los Sabios2 : en mérito a que Abraham el Patriarca dijo "y yo soy polvo y ceniza", sus hijos merecieron recibir dos Mitzvot: la ceniza de la vaca (roja) y el polvo de la mujer desviada-Sotá- (de la conducta pudorosa).
Es sabido que el Altísimo paga la recompensa con una "la medida correspondiente a esa medida" 3 , la retribución es del mismo tipo de la acción por la cual se paga. Por lo tanto, además de la similitud entre las cosas (el polvo y ceniza dicho por Abraham y la ceniza de estos dos preceptos) debe haber también un vínculo entre el contenido de la expresión "yo soy polvo y ceniza" con estos dos preceptos de la vaca colorada y la mujer Sotá.
Grandeza y Humildad
Abraham el Patriarca se destacaba especialmente con la cualidad de la benevolencia, como está dicho4 sobre él: "Abraham quien Me ama".
Era benevolente en una medida extraordinaria. Sólo que la bondad puede provenir de dos motivaciones: hay quien es bondadoso con su semejante movido por un sentimiento de grandeza –se siente rico y poderoso y como consecuencia de la percepción del propio poder desea verter bondad sobre la comunidad. Y hay una benevolencia que proviene específicamente del sentimiento de la humildad y la sencillez – como consecuencia de este sentir, el hombre desea ser benevolente con los demás porque siente que ellos merecen y son más importantes que él.
La benevolencia consecuencia de la grandeza puede degenerarse en direcciones negativas (en la bondad de Ishmael), cuyo objetivo es ostentar riqueza y poder. Más que benevolencia con el semejante aquí hay enaltecimiento propio. No ocurre así con la benevolencia fruto de la humildad (la bondad de Abraham) que es toda entrega hacia los demás y superación por sobre las propias necesidades.
Ceder en Aras del Prójimo
La benevolencia de Abraham emanaba de una extraordinaria humildad: "yo soy polvo y ceniza". Justamente porque se sentía inferior a todos, y consideraba al prójimo con más valor que sí mismo, por ello prodigaba bondad a cada uno. Brindaba de todo lo suyo al semejante y para sí dejaba sólo los sobrantes y lo mínimo indispensable.
La benevolencia de Abraham se puso a prueba al estar dispuesto a poner en peligro5 su vida en una guerra frente a poderosos reyes para rescatar a Lot. Incluso ponía a un costado sus necesidades espirituales en aras del otro: nuestra Parshá relata6 sobre tres árabes que pasaron por sus inmediaciones mientras recibía una revelación Divina, y él no vaciló en desprenderse de la revelación de la Shejiná con el objeto de recibir a los huéspedes (y de ello aprendieron nuestros Sabios7: es más grande la recepción de huéspedes que recibir el rostro de la Presencia Divina).
El Altísimo Cede
Este concepto de entrega total en aras del semejante los vemos en estos dos preceptos que recibió-como recompensa- el precepto de la vaca roja y el polvo de la mujer Sotá. La Ley de la vaca roja consiste en que el cohen que purifica, que todo su ser es los temas de la santidad, debe impurificarse, descender de su nivel espiritual, para permitir que otro judío se purifique. También en la mujer Sotá hay un acto de sacrificio- esta vez por parte de Hashem- Quien ordenó borrar en el agua Su sagrado Nombre para instaurar la paz entre el hombre y su mujer.
Estos preceptos son la recompensa por la humildad de Abraham el Patriarca, y nos indican conducirnos con su misma cualidad: ayudar a otro judío incluso a costa de resignar nuestras propias necesidades materiales y espirituales, al punto de sacrificar el todo por él, mesirut nefesh!
(Likutei Sijot tomo 25, Pág. 79)
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