Cuando conversamos con la gente sobre la importancia de practicar los preceptos en nuestro día a día, muy a menudo la respuesta que recibimos es: A mí entender, lo más importante en la vida es tener un "buen corazón, ser honesto y correcto, respetar al prójimo, y no hacer daño a nadie; el resto es detalle". Infelizmente, a muchos les gusta hacer este tipo de afirmación; por eso voy a contar aquí una historia que responde muy bien a estos argumentos.

Era una vez una pequeña ciudad en la cual todos sus habitantes eran gente muy buena, todos tenían un buen corazón, mejor dicho, todos tenían un "corazón de oro".

El rabino de este poblado, - que ya se había cansado de hablar que sólo "buen corazón" no es el suficiente - resolvió enseñarles una lección de una buena vez. Fue al mercado de animales y compró un chivo, lo llevó a su casa, lo degolló y con mucho cuidado lo colocó en el medio de la calle sin que nadie se diera cuenta. Cubrió al chivo con una tela negra simulando que debajo de ella se encuentra el cuerpo de un recién fallecido y comenzó a llorar desconsoladamente. Mientras lloraba se lo podía oír decir en voz baja: "Era un Tzadik (hombre justo), jamás robó nadie, tenía un corazón de oro, nunca hizo daño a nadie; ¡ay! ¡ay! ¡ay!, que pérdida irreparable." No pasó mucho tiempo cuando ya había una multitud en vuelta del "difunto". Toda persona que pasaba por ahí y veía la tristeza del rabino participaba del luto por la muerte del "hombre justo". Después de que muchas lágrimas fueran vertidas por el alma del fallecido, llegó la hora de acompañar al cuerpo hasta su morada final, el cementerio judío en las afueras de la ciudad. A medida que pasaba el tiempo, el llanto aumentaba, pues había centenares de personas presentes.

Cuando bajaron el cuerpo a la fosa y retiraron la tela negra que lo cubría… para el espanto de todos, ¡era un chivo! Todos se quedaron atónitos. "¿Que broma es esta?" – decía un hombre. "¡Eso no se hace! ¡Llorando por la muerte de un chivo!" – gritaba una señora que había tomado parte en toda la ceremonia. "Si supiera que era un animal, no perdería mi precioso tiempo" – reclamaba la otra. El rabino entonces pidió la palabra y dijo: "Esperen un poco. Puedo ofrecer una explicación a todo esto. Al final de todo, este chivo siempre fue buenito, tenía un "corazón de oro" y nunca robó nadie. Además de ser honesto y correcto, ni siquiera habló mal de alguna persona, nunca trajo problemas a nadie. Eso es muy raro hoy día."

La moral de la historia es que, si un chivo, con sus limitaciones, "hace" todo que es bueno, nosotros, que poseemos una alma Divina, un potencial infinito, no debemos conformarnos solamente con el "corazón de oro"; es necesario que hagamos mucho más, y así seremos muy más felices y nos sentiremos mucho más realizados.