Una noche, cuando apenas había terminado la plegaria de Tikun Jatzot elegías de medianoche y se afligía por la destrucción del Sagrado Templo, escuchó que alguien golpeaba a su puerta.


A su "¿Quién es?", le respondieron "Eliahu Hanavi". Rápidamente abrió la puerta y Eliahu entró a la habitación. El recinto de repente se llenó de luz y alegría.


He venido a revelarte el poderoso secreto de la venida del mashiaj. Pero primero tu debes revelarme qué acto digno de mérito hiciste en el día de tu Bar Mitzvá, un acto que movió a la Corte Celestial a decretar que tu eres digno de escuchar la revelación de los más esotéricos secretos.


El hombre le respondió simplemente, "Lo que hice, lo hice solo por la Gloria de Di-s y yo no puedo revelarlo a nadie. Si ello implica que tú tampoco me reveles el secreto de la redención, entonces renuncio a conocerlo. Es un principio básico para mí que los actos del ser humano deben ser solo para la Gloria de Di-s.


Eliahu desapareció y volvió al Cielo, donde había causado gran excitación la lealtad de ese hombre a Di-s, una lealtad que le había hecho rechazar la posibilidad de aprender los más importantes secretos del Cielo. Se decidió que Eliahu no debería nunca más retornar a enseñarle Torá y revelarle sus secretos.


Este hombre sencillo fue único en su generación, pero como él lo había deseado, nadie conoció su grande-za. Sus actos fueron solo para la Gloria de Di-s.


Cuando llegó el momento de su partida al otro mundo, su alma pura fue llevada ante la Corte Celestial. Allí fue decretado que como recompensa debería descender nuevamente a la Tierra y volver a nacer. Esta vez el debería revelarse al mundo, y a través suyo, una nueva forma de vida. El purificaría al mundo con su espíritu. Así podría él glorificar el Nombre Divino, llenar al mundo con sabiduría y así acelerar la redención.


Así fue que ese mismo espíritu del sencillo Judío de Safed renació en Reb Israel Baal Shem Tov.