Relato del Rabino Jacob Biderman, emisario de Jabad Lubavitch en Austria.

Margarita Chajes entró a mi oficina. Era una mujer de 85 años vestida muy a la antigua pero con apariencia juvenil y enérgica; al tomar asiento me dijo: "quizás vos crees que sos el primer emisario del Rebe de Lubavitch en Viena, pero este no es justamente el caso". Continuó: "yo realicé una importante misión aquí en nombre del Rebe mucho antes de que tú llegaras a Austria."

El apellido de soltera de la madre de Margarita era Hager, una descendiente de la famosa dinastía jasídica Vizhnitz. Margarita se crió en Viena. Como adolescente, se alejó de las costumbres de sus ancestros y se involucró en la vida cultural que Viena tenía para ofrecer. A partir de esto, fue que se convirtió en cantante de ópera.

Margarita cantó durante la década del 30 en el Salzburger Festspiele (el Festival de Salzburgo), un destacado festival de música y teatro que se llevaba a cabo cada verano en la ciudad austríaca de Salzburgo, ciudad natal de Wolfgang Amadeus Mozart.

La última vez que cantó fue a finales de agosto de 1939, pocos días antes de que Alemania invadiera Polonia y se desatara la Segunda Guerra Mundial. La misma noche en que Margarita cantó por última vez en el Festival de Salzburgo, una amiga cercana la ayudó para que ella, su marido, y su hija, pudieran escapar ilegalmente a Italia. Llegados a este país, se las arreglaron para embarcarse en el último barco que zarpó hacia Estados Unidos antes de que la guerra estallara, pocos días después. Al llegar a los EE.UU., Margarita se estableció con su familia en Detroit.

Su hija se casó con el Dr. Stallman, un renombrado doctor judío. En 1959, él fue honrado por la Ieshivá de Lubavitch en Nueva York. Con motivo de esa ocasión, Margarita, su suegra, tuvo la oportunidad de coordinar una reunión con el Rebe, Rabino Menachem Schneerson, bendita sea su memoria.

"Caminé hacia la oficina del Rebe," relató margarita, "y no puedo explicar porqué, pero por primera vez desde el Holocausto sentí que podía largarme a llorar. Yo, como tantos otros sobrevivientes que perdieron a toda su familia en la guerra, nunca antes había llorado. Sabíamos que si empezábamos a llorar, quizás no pararíamos nunca. Sabíamos que era necesario reprimir nuestras emociones para poder sobrevivir. Pero en ese momento, fue como si el guardián que protegía mi catarata de lágrimas interna hubiera desaparecido. Le conté al Rebe toda mi historia: mi inocente niñez, el abandono de mi casa siendo apenas una adolescente, que me convertí en una estrella, mi escape a los EE.UU., y cuánto aprendí de la muerte de mis parientes más cercanos.

"El Rebe escuchó, pero no sólo lo hizo con sus oídos, sino que también escuchó con sus ojos, con su corazón, con su alma, y absorbió todo lo que yo le conté. Esa noche sentí que fui bendecida con un segundo padre," concluyó Margarita.

"Durante mi reunión con el Rebe," prosiguió Margarita, "le mencioné que deseaba regresar de visita a Viena por algún tiempo. El Rebe me pidió que me reuniera con él nuevamente antes de realizar el viaje.

Poco tiempo después, ya emprendiendo camino a Viena, visité al Rebe. Me pidió un favor; que visite a dos personas durante mi estadía en la ciudad. La primera persona era el Gran Rabino Akiva Eisenberg, a quien el Rebe le enviaba sus saludos, y me solicitó que se los hiciera extensivos. La segunda persona era un profesor llamada Dr. Viktor Frankl, quien además era director de la Policlínica de Neurología de Viena.

"Por favor, envíele al Dr. Frankl mis cordiales saludos," afirmó el Rebe. "Dígale de mi parte que no debería darse por vencido. Que debe ser fuerte y seguir con su trabajo con pasión y vigor. Si se esfuerza por mantenerse fuerte, saldrá adelante."

Margarita viajó a Viena. Su primera visita al Rabino Eisenberg fue simple, pero reunirse con Viktor Frankl resultó mucho más complicado. Cuando llegó a la clínica, le informaron que el profesor no iba a trabajar desde hacía dos semanas. Después de algunos otros intentos fallidos de localizarlo en la clínica, tiró una cañita al aire, y violó el protocolo. Buscó la dirección particular del profesor, viajó hasta allí, y golpeó a su puerta.

"¿Puedo ver al Señor Profesor Frankl por favor?"

"Sí, aguarde por favor," respondió la mujer que abrió la puerta.

"Lo primero que me llamó la atención fue la enorme cruz que colgaba de la pared de su casa (en 1947, Frankl se casó con su segunda esposa, Eleonora Katarina Schwindt, una católica devota.)

"Pensé para mí misma," relató Margarita, "esto debe ser un error. Esta no puede ser la persona a quien el Rebe de Lubavitch quería que yo animara".

Viktor Frankl apareció pocos minutos después. Luego de comprobar que efectivamente él era el profesor a quien buscaba, ella le dijo que tenía saludos para él. Él estaba muy impaciente, y se mostraba muy poco interesado. Margarita se sentía extraña.

"Tengo saludos del Rabino Schneerson en Brooklyn, Nueva York," le dijo Margarita.

"El Rabino Schneerson me pidió que le diga, de su parte, que no debe darse por vencido. Debe ser fuerte y continuar con su trabajo con una determinación inquebrantable, y gracias a esto saldrá adelante. No caiga en la desesperación. Siga adelante con confianza y logrará tener gran éxito".

"De repente, el profesor que hasta ahora se había mostrado desinteresado, se largó a llorar. No podía calmarse. No entendía qué estaba pasando. Luego de recomponerse, tuvimos una pequeña conversación. Él dijo algo sobre sus planes de dejar de luchar por su teoría y dejar Viena para irse a vivir a Australia, donde tenía una hermana. Pero ahora, lo reconsideraría. Me agradeció y me marché."


El Dr. Viktor Frankl, el famoso psicoterapeuta quien pasó tres largos años en los campos de concentración nazis, y había perdido a sus padres, su hermano, a su mujer embarazada, había desarrollado una visión singular sobre la dignidad humana.

Fue gracias a su propio sufrimiento y al sufrimiento de todos quienes pasaron por los campos, que llegó a la contradictoria conclusión de que incluso la situación más absurda y deshumanizadora de esta vida tiene un significado potencial.

Incluso antes de la Guerra, Viktor Frankl desarrolló ideas que se oponían radicalmente a las de Freud. Sus colegas, todos fieles estudiosos freudianos, se burlaban de él, calificando a sus ideas de pseudo-científicas.

Freud creía que los humanos son seres vulnerables, animales egoístas gobernados por su pasado y por frustraciones inconscientes, que viven atormentados por sus complejos, por las neurosis y las psicosis.

Viktor Frankl estaba completamente en desacuerdo con esto. "Si Freud hubiera estado en los campos de concentración," escribió tiempo después, "hubiera cambiado su postura. Más allá de los instintos naturales de las personas, se hubiera encontrado con que los seres humanos también tienen una increíble "capacidad de auto-trascendencia". El hombre es también ese ser humano que entró en las cámaras de gas con el Shemá Israel entre sus labios."

"Nosotros, que vivimos en campos de concentración, recordamos a aquellos hombres que caminaban entre las barracas reconfortando a los demás, dándoles su último pedazo de pan. Ellos fueron una prueba más que suficiente para demostrar que al hombre pueden sacarle todo, menos una cosa, la última de las libertades humanas: la posibilidad de elegir su propia actitud ante cualquier circunstancia, de elegir su propio camino. Hay una dimensión del ser humano, la esencia de la identidad humana, que nada ni nadie puede controlar." Uno, enseñó Frankl, no es hijo de su pasado, sino que padre de su futuro.

Después de la guerra, Frankl regresó a Viena, en donde dictó cursos sobre su propio acercamiento a la psicología. Pero los círculos de psiquiatras profesionales de las décadas de los cuarenta y los cincuenta definieron a sus ideas como fanatismo religioso, nociones de conciencia que nada tenían que ver con la ciencia, la fe y la obligación. Incluso se consideraba de mal gusto a quien asistía a sus clases.

La presión en su contra fue tan fuerte, que decidió darse por vencido. Simplemente no podía soportarlo emocionalmente. Se quedó en su casa. Estaba exhausto, agotado, deprimido. Un día comenzó a tramitar los papeles para emigrar a Australia, donde vivía su hermana y única familiar sobreviviente de la guerra.

Hasta que le llegó el mensaje del Rebe. Viktor Frankl se transformó en un hombre nuevo. Alguien confiaba en él, en su trabajo, en sus contribuciones, en sus ideas sobre la trascendencia infinita y la habilidad del ser humano de salir adelante.

En ese mismo momento supo que no se daría por vencido. Rompió los papeles de la emigración.

Tenía mucha intriga. A decir verdad, la historia de Margarita resolvió un misterio que yo jamás pude resolver. Mi esposa Edla y yo llegamos a Viena como emisarios de Jabad en el año 1981. Cada año, con la llegada del Año Nuevo Judío, Rosh Hashaná, yo publicaba un calendario judío y lo enviaba por correo a toda la comunidad. Como respuesta a esto, todos los años recibíamos una contribución del Dr. Viktor Frankl. Nunca había entendido por qué el Dr. Frankl, que jamás había puesto un pie en la sede de Jabad, ni tenía un vínculo con la comunidad judía, contribuía con Lubavitch.

De cualquier manera quería escuchar la historia de primera mano. Inmediatamente lo llamé y le solicité una entrevista.

Pero para él era difícil encontrarse conmigo personalmente. Para este momento, en 1995, Viktor Frankl era una celebridad internacional y tenía 90 años. Había escrito 32 libros, de los cuáles un gran porcentaje había sido traducido en 20 idiomas. El Dr. Frankl dictó conferencias alrededor del mundo, estuvo a cargo de 29 doctorados honorarios, y recibió 19 distinciones nacionales e internacionales por su trabajo como psicoterapeuta.

"Por lo que hablamos por teléfono, ¿recuerda a Margarita Chajes?", le pregunté al Dr. Frankl. Naturalmente, la recordaba, ya que se había convertido en amigo de su familia. El Dr. estaba impaciente.

"¿Se acuerda de los saludos que ella le dio de parte del Rabino Schneerson en Brooklyn?", le pregunté.

Su voz cambió de repente. El Dr. Frankl comenzó a hablar con más calidez.

"Claro que lo recuerdo, nunca lo olvidaré. Siempre le estaré agradecido. Él me ayudó en una etapa muy difícil de mi carrera profesional".


Viktor Frankl continuó viviendo en Viena y ejerciendo como psiquiatra. Poco después de la visita de Margarita en 1959, su libro:

"El hombre en busca de sentido, (de los campos de muerte al existencialismo)", traducido al inglés y transformado en un best seller. Su fama comenzó a acrecentarse y su carrera se remontó rápidamente. "El hombre en busca de sentido", vendió más de diez millones de copias mientras él vivía, y fue nombrado por la Biblioteca del Congreso (EE.UU.) uno de los diez libros más influyentes del siglo veinte. Los pensamientos de su "escuela" dieron lugar a cientos de seminarios, talleres, grupos espirituales y New Age, y un sinfín de libros y ayudó a muchos millones de personas a mejorar sus vidas. Quien una vez había sido denigrado como profesor se convirtió en uno de los psiquiatras más prestigiosos de su generación.

Pero, ¿por qué era tan importante para el Rebe buscar a Viktor Frankl, un judío secular casado con una no judía, alentarlo e interesarse en su éxito?

No podía dejar de maravillarme de la amplia visión, y el amplio enfoque que tuvo el Rebe. La doctrina de Viktor Frankl esencialmente representa el principio de la superioridad del espíritu sobre la materia; que la materia es subordinada al espíritu, y es quien puede tener el completo control de la vida y el cuerpo, aún en tiempo de sufrimiento corporal. Esta idea es un punto esencial en el servicio personal de D-os, y es la meta última de la creación: "que lo material y humilde se transformen en una morada de lo Divino."

Nada detuvo al Rebe de seguir adelante con una idea que promueve la espiritualidad y divinidad, y es por esto que se dedicó a buscar a Viktor Frankl en un momento clave en su vida.

De hecho el propio Viktor Frankl reflejaba esa idea.


En el año 2003, el Dr. Shimon Cowen, un estudiante de Frankl proveniente de Australia, fue a visitar a su viuda (no judía), Eleonor, en Viena. Ella le mostró un par de Tefilín (filacterias). "Mi esposo solía ponérselos todos los días," dijo ella. También sacó un par de tzitzit (una prenda con flecos rituales) de un cajón para mostrárselos. "Viktor recitaba capítulos de los Salmos".

De hecho, el yerno no judío de Frankl me confirmó este hecho. "Mi suegro se encerraba en un cuarto un rato todos los días. Un día abrí la puerta y vi que tenía cajas negras en su cabeza y en su brazo. Estaba molesto porque me entrometí en su privacidad". De cualquier manera, cuando fue llevado al hospital, su práctica de ponerse los Tefilín se hizo pública.