Rabi Shlomo HaLevi Alkabetz (5260-5340) era renombrado por su sabiduría y piedad. Más famoso aún por su místico himno Lejá Dodi, "vayamos querido mío, al encuentro de la novia", que rápidamente se incorporó universalmente en las Tefilot del Kabalat Shabat. Fue maestro y cuñado del afamado cabalista Rabi Moshe Cordovero. Rabi Alkabetz fue miembro del círculo de estudiosos y místicos de Safed que incluían a Rabi Iosef Caro, Rabi Moshe Cordovero y Rabi Itzjak Luria, el santo Ari. El autor firmó su nombre - Shlomo HaLevi - en el acróstico formado por la primera letra de las primeras ocho estrofas del cántico.

Con el tiempo, su santidad despertó terribles celos entre algunos de los residentes árabes de Safed. Ellos trazaron un maléfico plan contra el sabio judío. Sabiendo que el rabino acostumbraba a salir a las montañas en búsqueda de soledad para sus meditaciones, decidieron que uno de ellos lo seguiría y podría asesinarlo sin miedo de la presencia de testigos inesperados. Un día, poco después, Rabi Alkabetz fue emboscado y asesinado por un granjero árabe. El agricultor lo enterró en su patio bajo una higuera. ¡Al día siguiente, el árbol floreció y se llenó de fruta!.

Habían crecido higos excepcionales grandes y deliciosos…aunque estaban totalmente fuera de estación. Pronto las noticias del milagroso suceso llegaron a los oídos del gobernante turco del lugar. Él citó al granjero árabe. "¿Cuál es el secreto de su excelente horticultura?" preguntó el gobernador. "Es la primera vez que oigo hablar de un árbol que da fruta provechosa antes del tiempo designado". El agricultor permaneció callado. Tenía miedo de las consecuencias que produciría confesar la verdad. El gobernador preguntó de nuevo, más firmemente esta vez, exigiendo una explicación coherente. El granjero permanecía mudo. Finalmente, el regente no pudo tolerar el silencio insolente del árabe, y mandó que se lo torture. El árabe finalmente confesó haber asesinado al gran Rabino Alkabetz, y admitió que desde el día que lo había enterrado bajo el árbol de higos, éste había empezado a dar esas maravillosas frutas.

Sobresaltado e impresionado por esta revelación, el gobernador ordenó que el granjero fuera colgado de ese mismo árbol de higos, como castigo por matar a un santo hombre de Israel. Este milagro póstumo renovó la fe de los judíos de Safed, que pudieron confirmar cuán grande había sido su querido rabino, ya que había tenido éxito de apuntar con un dedo acusador a su asesino, incluso después de su muerte.