En uno de mis viajes a América del Sur, me encontré con un judío adinerado que era líder prominente en la comunidad judía local. Me contó preocupadísimo que su hija vivía en Nueva York y se había involucrado en un culto místico. Le prometí hacer todo el esfuerzo para librar a su hija del culto y traerla nuevamente al Judaísmo. Prometí y B"H cumplí mi promesa. Después de varias llamadas telefónicas, ella estuvo de acuerdo en visitarme en mi casa. Una visita trajo otra, hasta que finalmente la muchacha cortó sus lazos con el culto y empezó a mostrar un profundo interés por el Judaísmo.
Un día, la joven me telefoneó para contarme sus buenas noticias: se había comprometido con un joven israelí. Me dijo que decidieron casarse según la ley judía y querían que yo oficiara su boda. Respondí que era un honor celebrar la ceremonia, pero antes de la boda, me gustaría hablar con ella y su novio con respecto a la observancia de las leyes de la Pureza Familiar.
Durante mi charla introductoria con el novio, descubrí interesantes detalles sobre su trasfondo familiar. Su abuelo había sido un prominente rabino en Varsovia, Polonia, pero su padre, que fue uno de los pocos que logró escapar del Ghetto de Varsovia, sobrevivió el Holocausto con un odio totalmente consumado hacia cualquier cosa que tuviera conexión alguna con la religión.
La fecha para la boda era el 14 de Kislev. La pareja desconocía que era que la fecha del aniversario del casamiento del Lubavitcher Rebe. La costumbre es que el novio es llamado a la Torá en el Shabat antes de la boda. El novio no fue a la sinagoga ese Shabat, sino que asistió a una pequeña sinagoga el jueves antes, acompañado de un grupo limitado de amigos íntimos y parientes. La razón de esto era la visión completamente antagónica de su padre, que se negó a pisar una sinagoga durante los Servicios de Shabat, y sólo estuvo de acuerdo bajo estas condiciones.
En la mañana del casamiento, escribí una nota al Rebe y le informé sobre la boda de esa tarde. También escribí brevemente sobre el trasfondo familiar del novio y su novia. Recibí una respuesta vía uno de los secretarios del Rebe ese mismo día. El Rebe escribió que el abuelo del novio había estado presente en su propia boda en Varsovia y había entregado al Rebe un obsequio: un libro de su autoría que había publicado recientemente.
Subsecuentemente, por la Providencia Divina, la boda de la joven pareja era fijada para la misma fecha, 14 de Kislev, así que el Rebe sugirió que yo tomara ese libro conmigo y lo sostuviera bajo la jupá (palio nupcial). El Rebe anotó exactamente dónde podría hallar el libro en su biblioteca. El secretario del Rebe me lo entregó y partí con el libro a Manhattan dónde tendría lugar la boda, en un elegante hotel.
Antes de la recepción, el novio se me acercó y tristemente explicó que no debía esperar ningún tipo de colaboración de su padre durante la ceremonia. Éste se negaba a participar, incluso en lo más ínfimo. Prometí no presionarlo. El novio me pidió que dirigiera la palabra a los invitados durante la recepción previa a la ceremonia. Para muchos de ellos, esta era la primera vez que participaban de un casamiento dónde se observaban todas las leyes y costumbres judías. Cumplí alegremente su pedido y en mi discurso expliqué el significado profundo del matrimonio y la vida de casados según la Torá y las enseñanzas jasídicas. Concluí mi discurso diciéndoles que deseaba contarles sobre el abuelo del novio.
Levantando el libro en mis brazos, hablé del ilustre trasfondo familiar del novio. "¡Y si ustedes se preguntan de dónde conseguí este libro, les diré!" A estas alturas, les conté la historia completa a los invitados, que quedaron atónitos por la respuesta del Rebe y su pedido. Agregué que estaba seguro que el abuelo del novio estaba muy contento desde su lugar de reposo celestial viendo que su nieto llegaba a su matrimonio de acuerdo con las leyes de la Torá- causa por la cual su abuelo había consagrado su vida entera.
Todavía estaba hablando cuando el padre del novio se puso de pie de repente y salió del cuarto. Después de terminar mi discurso, empecé a buscarlo. Lo encontré en el vestíbulo, en una esquina cerca de los teléfonos públicos, llorando amargamente… Lo dejé en su retiro y volví a la recepción. Antes de la jupá, el padre se me acercó y me dijo: "Por favor, dígame lo que tengo que hacer ahora…" Desde ese día en adelante, el hijo del prominente rabino de Varsovia dio vuelta una nueva hoja en su vida
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