Estos días, las mañanas empiezan para mí antes del amanecer, cuando mi bebé se despierta y llora para que lo levanten. Puedo darme vuelta e intentar volverme a dormir, pero sus llantos insistentes hacen imposible que pueda relajarme.

Aunque solía quejarme cuando miraba por la ventana en la semioscuridad, últimamente he encontrado una forma de hacer que mi despertar sea una experiencia más alegre, aunque sean las 5 de la mañana.

Apenas abro los ojos, digo la antigua plegaria judía agradeciéndole a Di-s por haberme despertado: por reunir mi alma con mi cuerpo esta (y cada) mañana. El Judaísmo siempre nos estimula a pasar de lo mundano a lo santo, de lo inconsciente a lo consciente. Esta plegaria de la mañana, llamada “Modé Aní” o “Yo Agradezco”, no es una excepción. En el mismo momento que muchos nos sentimos no espirituales (¡piense en su estado de ánimo cuando escucha el molesto ruido del despertador!), el judaísmo nos urge a que nos forcemos a pensar sobre la enormidad de lo que ha sucedido.

En esta breve plegaria, agradecemos a Di-s por devolver el alma a nuestros cuerpos una vez más, por no habernos dejado morir en nuestro sueño, por permitirnos existir. Es una fuente de gratitud obvia pero de la que nos olvidamos en nuestros frenéticos días. ¿Cuán a menudo tenemos la posibilidad de detenernos y agradecer a Di-s por el milagro de nuestra propia existencia?

Había una vez un gran rabino, que tenía muchos discípulos que escuchaban atentamente cada una de sus palabras. Una mañana, los estudiantes se sorprendieron al ver que su maestro no estaba en el desayuno. Más tarde, quedaron conmocionados al descubrir que tampoco había venido a la clase. Los estudiantes extrañaban a su maestro y se preguntaban dónde estaría. Finalmente, golpearon a su puerta, preguntándose qué le habría pasado a su amado maestro. Los estudiantes abrieron la puerta, y se sorprendieron al encontrar a su rabino, aun con ropas de dormir, sentado en su cama, con una expresión deslumbrada en su rostro. “Rabino”, le dijeron sus estudiantes, “¿está enfermo? ¿Dónde estuvo todo el día?”. El rabino miró a sus estudiantes y explicó. “Esta mañana, como todas las mañanas, me desperté e inmediatamente dije la plegaria sobre el despertar: Te doy gracias a Ti, Rey viviente y Eterno... y me detuve cuando me di cuenta de las palabras. ¿Le agradezco a Di-s? ¿Le... agradezco... a Di-s? ¿Se dan cuenta que gran privilegio es este, el comunicarse con el Todopoderoso? ¡Me di cuenta de la fuerza de esta afirmación! ¡Y me he quedado sentado aquí meditando sobre la grandeza de esto desde ese momento!”.

Esta es una leyenda antigua que alude al poder de la plegaria. La mayor parte del tiempo, las plegarias son rutinarias, quizás hasta un poco aburridas. Pero a veces, nos damos cuenta de su poder, y eso transforma un momento común en una ocasión mágica de completa claridad y conexión con D-os.

Muchos de nosotros no tenemos hoy el hábito de rezar. He escuchado mucha gente decir que no encuentran significativo recitar un montón de palabras rutinarias. La visión judía es que aunque siempre intentemos hacer que nuestras plegarias sean significativas (lo que se llama tener “kavaná” o estar concentrado en la oración), no siempre tendremos éxito. Sin embargo tenemos la obligación de decir diferentes plegarias fijas, con la certeza que estos momentos espirituales eventualmente sucederán. No podemos saber exactamente cuándo tendremos esos momentos repentinos en que decimos “¡Aha!” y sentimos nuestra conexión con Di-s, pero en una vida entera de plegarias a Di-s, habrán muchos.

Mi propio afecto por esta primera plegaria del día va aún más lejos. Hace años, cuando comencé a decir las plegarias tradicionales judías cada día, mi madre me comentó que su “Bube” (abuela) Yitta, que había nacido en un pequeño shtetl, o pueblito judío, en Polonia, también solía decir esas plegarias tradicionales judías cada día.

“Ella solía decir una oración tan pronto como se despertaba por la mañana”, mi madre recordó un día. Decía “Moide Aní Lefonejo...” dijo mi madre en el mismo acento fuerte y melódico en Idish que marcó su infancia, y tuve un sobresalto. Aquí estaban las palabras de esta plegaria matutina, el “Modé Aní” que hace poco había aprendido, como fue dicha por el último miembro de mi familia que vivió el eterno estilo de vida observante de la Torá de nuestros ancestros: ¡mi último familiar en hablar Idish como su primer lenguaje, y rezar esas palabras intemporales en la misma pronunciación en Idish de millones de nuestros ancestros!

Escuchar a mi maravillosa madre repetirlas fue como un mensaje enviado directamente a mí a través de las generaciones. Me pusieron el nombre de la abuela Yitta, y frecuentemente mientras digo esta hermosa plegaria por la mañana, pienso en ella, en su devoción, en su fe en Di-s, y en la vida judía hermosa y tradicional que llevaba. Nuestros ancestros han estado recitando esta plegaria matutina durante miles de años. Durante miles de años, decir “Modé Aní”, “Yo agradezco”, a Di-s tan pronto abrimos nuestros ojos en la mañana, ha definido quienes somos como Pueblo Judío. Es una profunda afirmación de fe, de autoconciencia, y una hermosa forma de ser el próximo eslabón en la cadena de judíos que dijeron esta plegaria durante milenios.

Aquí las palabras de esta pequeña plegaria y su traducción.

Modé aní lefaneja, mélej jai vekaiam, shehejezarta bi nishmatí bejemla, rabá emunateja.

Te doy gracias a Ti, Rey viviente y Eterno, que me has devuelto mi alma con compasión; ¡Grande es Tu fidelidad!