Tras observarme atentamente y al mundo que me rodea, he llegado a darme cuenta que es mucho más fácil hacer grandes cambios en la forma de vida que pequeños.

La gente regularmente se ocupa primero de grandes compromisos, tales como el matrimonio, traer un hijo al mundo, o dedicar voluntariamente tiempo para la comisión de caridad. Algunos hasta vuelan a algún país del tercer mundo y dedican sus vidas a ayudar a almas desafortunadas.

Sin embargo, cuando se trata de pequeños sacrificios, tales como pasar unos cinco minutos con el mismo niño o esposa que tan incondicionalmente elegimos cuidar y alimentar por el resto de nuestras vidas, tiene lugar una guerra mundial.

El mismo fenómeno se puede encontrar en nuestra relación con Di-s. Muchos de nosotros, especialmente aquellos que han crecido en hogares observantes de la Torá, de buena gana nos comprometemos a comer sólo comida kosher toda nuestra vida, a abstenernos de trabajar un día a la semana, y orar tres veces cada día… ¡Para siempre!

Pero pequeñas batallas, tales como orar con un poco más de concentración, infundir nuestros Shabat, no sólo con no hagas, sino, y mucho más importante, con haz, tales como estudiar Torá y cantar más alto, ¡parece tan insuperable como el Monte Suribachi!

¿Por qué? ¿Por qué el santo individuo “entrego mi vida” encuentra tan difícil ganar las pequeñas batallas?

Los sacrificios son el tema de la lectura de la Torá de esta semana, Vaikra. Los maestros jasídicos han enseñado que en nuestra era post-Templo, nosotros no sacrificamos animales de cuatro patas, en cambio sacrificamos animales de tentación e instintos naturales —el animal en nuestro interior.

No es por menospreciar las cosas grandes que están en la base de lo que somos y lo que hacemos, pero puedo aventurarme a decir que la verdadera batalla, los sacrificios reales que se sacrifican diariamente en nuestro altar, son las pequeñas cosas, aquellas que cuando ganamos no nos hacen sentir como un "príncipe de brillante armadura", y por desgracia, no nos causa demasiada culpa el evitarlas o perderlas.
Como el tiempo que nos abstenemos de dar esa reacción refleja a nuestro cónyuge/hijo/jefe/nudnikim locales.
El tiempo que oramos a Di-s no sólo con nuestra boca, sino con el corazón y la mente también.
Los dos minutos que pasamos haciendo los deberes con nuestro hijo.
Estas no son victorias que construyen el yo, pero son las victorias que Di-s quiere de nosotros. Las batallas que hacen de cada día un Día-D.