Antes que empieces a leer, debería advertirte que este no va a ser un artículo sobre algo emocionante. Vivo una vida sencilla y normal. Como y duermo como una persona normal. Me gustan las piña coladas y las largas caminatas por las playa igual que a todo el mundo. No tengo ninguna noticia especial ni oscuros y profundos secretos para revelar. Pero, por alguna razón parece que soy el tema de conversación de mucha gente últimamente.

Estaba en Texas visitando a mi familia hace unas semanas, cuando una amiga me llamó para decirme que ella y algunos amigos de nuestro grupo de la escuela hebrea iban a pasar a saludar. Habían pasado un par de años desde que vi a la mayoría de ellos, así que esperaba con ansiedad la oportunidad de ponerme al día.

Dalia fue la primera en llegar. Luego de un abrazo sorprendentemente abrupto y de un “¿cómo estás?” me sentó rápidamente en el living. Salteando cualquier otra formalidad, fue directo al punto. “Antes que lleguen los demás, tenemos que hablar de algo” me informó.

Ahí empieza, pensé. Sabía que iba a suceder. De hecho, estaba sorprendida por el hecho que no hubiese surgido antes. Pero, al sentarme en mi living para “charlar”, me di cuenta que mi anticipación de esta ya-no-hipotética conversación no me había preparado adecuadamente para cuando tuviera lugar.

-“Shana, todos están preocupados por ti,” empezó.

-“Sin duda lo están,” respondí, intentando ocultar mi molestia.

-“Pues, sabes, has cambiado mucho últimamente, y temen que te han, pues...”

Ahí llegó. El cliché controvertido que había escuchado tan a menudo. Llamativo y escandaloso, había solo una palabra que podía completar una frase como esa. Una palabra que detesto. Una palabra que me encoge y me hace hervir la sangre. La palabra “L”.

-“¿Lavado el cerebro?” pregunté.

-“Pues, si,” concedió. “Piensan que te han lavado el cerebro.”

Ahora, sé que dije que soy tan normal y aburrida como los demás, y también sé que el que me hayan lavado el cerebro no suena normal ni aburrido. Así que aparentemente sí tengo un pequeño secreto. Soy, lo que llaman en términos políticamente correctos, un fanático religioso. He cambiado mi vida y mi sistema de creencias totalmente, he adoptado rituales religiosos extremos y raros, porque estoy convencida que he encontrado La Verdad. Así que según algunos, sí, he sufrido un lavado de cerebro.

Antes que nos entusiasmemos, veamos que significa lavado del cerebro. Una definición que encontré al realizar una rápida búsqueda online es “persuasión por medio de propaganda o el arte de vender.” Seré honesta: aunque la mayoría de lo que me han enseñado haya sido una simple presentación de lo que se halla en los libros (a saber, el Libro, la Biblia), no puedo decir que nunca haya estado en una clase en la que el rabino “vendiera” el judaísmo observante como el camino hacia una vida más feliz y más sana. Es cierto, dan argumentos basados en hechos para fundamentar sus afirmaciones. Así que si quiere denominarlo “propaganda”, que así sea.

Sostendré, sin embargo, que si usamos la definición anterior para lavado de cerebro, lamento informar, pero no soy sólo yo a la que le han lavado el cerebro, es a todos nosotros. Cuando alguien compra un par de zapatos Ralph Lauren que le “gustan”, es porque Ralph Lauren le pagó a Brad Pitt para que se ponga esos zapatos en la tapa de una revista, y ¿quién no quiere se como Brad Pitt? La gente se molesta cuando alguien decide llevar su religión más seriamente, pero por alguna razón, a nadie le parece importar cuando la mayoría del mundo civilizado se conforma con el estándar del anunciante mejor pago. Seamos realistas: cualquier cosa popular es porque ACD (Alguien Con Dinero) difundió de que es bueno para la gente comprar el producto de ACD, tanto sea si ese producto es moda, partidismo político, chisme de celebridad, o cualquier otra de las miríadas de cosas consideradas “gusto personal” que la gente consume toda su vida. Esto es un evidente lavado de cerebro en su punto más alto (o más bajo, depende de cómo se mire), y prácticamente cualquier persona en el planeta es presa de ello. Y lo peor es que casi nadie es consciente de ello.

No voy a ser tan atrevida como para decir que nunca fui víctima de las tácticas de venta de ACD. Me gusta estar a la moda como a cualquier otra. Pero en lo que a la visión global concierne, puedo decir con seguridad que he hecho mi búsqueda sobre porque elegí esta vida. No es porque alguien me lo vendió. Es porque, después de estudiarla durante años, simplemente tiene sentido. Inevitablemente a todo el mundo le lavan el cerebro con una cosa u otra, pero si una persona quiere vivir una vida honesta, una vida en la que es sincera consigo misma, es crucial que sea consciente de sus influencias, y que elija quién será el que le lave el cerebro.

Mientras estaba sentada escuchando la preocupación de mi amiga por mí, comencé a preguntarme si estaría tan molesta si hubiese adoptado alguna otra observancia extrema. ¿Hubiese reaccionado de la misma forma si me hubiese vuelto vegetariana, construido una casa de barro, y rondara en las salidas de los supermercados para escupirle a cualquiera que compra carne?

¿Qué tiene de particular este lavado de cerebro, es decir el judío, que molesta tanto a la gente (judía)? Cuando un judío apaga su celular en Shabat, es un extremista; pero cuando un judío cambia su nombre a Jandaka y se va un año de viaje a tierras lejanas donde puede explorar su identidad Budista recién descubierta, es profundo y aventurado. Cuando comencé a ser más observante, con la única gente que tenía problema era con judíos. Mis amigas no judías aplaudían y alentaban mi nuevo compromiso con mi fe, mientras que mis amigas judías se asustaban y suplicaban que no les permitiera acercarse a mí. ¿Qué tiene un judío que tiene más contacto con su judaísmo que molesta tanto a otros judíos?

Recuerdo una conversación que tuve con una amiga cercana poco antes de ir a Israel para aprender más sobre Judaísmo. Esta amiga es judía, y a pesar de que no es observante, es una de las personas con más consciencia moral que conozco. De chica, siempre se burlaban de ella por ser tan correcta y ser la mascota de la maestra. No buscaba ganarse el favor de la maestra, sinceramente quería hacer lo correcto. Este rasgo ha perdurado hasta hoy, y todavía vive con un fuerte código moral difícil de imitar. Durante esta conversación en particular, estábamos hablando de mi próximo viaje a Israel, como también de mis nuevos intentos de seguir la ley judía. De pronto se puso visiblemente incómoda, y comenzó a decir que a pesar de que ella no era “religiosa” igual siempre intentaba hacer lo correcto, y continuó defendiendo su estilo de vida como si la estuviera acusando de hacer algo malo. Me di cuenta que estaba molesta, y le pregunté ¿sentís que pienso que sos una mala persona porque no sos observante como yo? Respondió, “no sé cómo podés no pensar que soy una mala persona. Ambas somos judías, y tu estás haciendo todas estás cosas judías, y yo no”.

Me di cuenta que su incomodidad no tenía nada que ver con que yo me volviera más observante. Estaba molesta porque se sentía juzgada. Sentía que al elegir el camino que elegí, no sólo estaba rechazando su camino, sino que la estaba rechazando a ella.

Le expliqué que mi elección era exactamente eso: una elección. Simplemente evalué lo que quería de la vida, y elegí entre las opciones. Eso no significa que porque no haya elegido lo que ella eligió, piense que es una mala persona. Sólo puedo hacer lo que es correcto para mí, y créanme, darse cuenta de eso es un desafío suficiente en si mismo, sin intentar decirle a otro lo que es bueno para él también. La gente asume que porque soy observante, debo pensar que soy mejor que los demás, pero la Torá enseña exactamente lo contrario. Una de las características más sobresalientes de Moshé era su humildad. Cuando D-os hizo de Moshé el profeta más grande que haya caminado sobre la tierra, Moshé no pensó que era mejor que los demás; el decía que si otro hubiese estado en su posición, hubiera sido más grande que él. Porque nunca podemos saber de verdad las fortalezas o luchas de los otros, o ponernos en sus zapatos, se nos enseña que siempre asumamos lo mejor, y juzguemos a los demás favorablemente.

Te puedo escuchar diciendo, “pero Shana, ¿no es un poco hipócrita decir ‘juzgar a la gente favorablemente’ después de acusar al mundo entero de ser unos conformistas con el cerebro lavado?” Pero no es lo que parece. No estoy acusando a nadie de ser conformista; estoy diciendo que la tendencia a conformarse esta en la naturaleza humana. A pesar de que el deseo de ser como los vecinos está grabado en nosotros los humanos, también fuimos programados con algo más: libertad de elección. Cuando todos alrededor nuestro están fijando un estándar de normalidad, tenemos la capacidad de elegir si normal es igual a bueno. A veces el estatus quo está bien, y otras veces necesitamos reevaluarlo. Es fácil dejarse llevar, seguir la corriente. Pero es mucho más gratificante saber que la vida que vives es así porque tú la elegiste