Pregunta:
¿Es inapropiado celebrar la muerte de Osama Bin Laden? ¿Es eso un valor judío?
Respuesta:
Usted ha formulado lo que solamente puedo llamar una verdadera pregunta judía. Pues si hay algo típicamente judía es sentirse culpable por regocijarse. Aparte de eso, la sabiduría de nuestros sabios sobre este tema se adentra profundamente en el tema. ¿Cuándo sabe usted que la sabiduría es profunda? Cuando a simple vista parece llena de contradicciones.
Comencemos con Salomón el Sabio, quien escribió: “Cuando el malvado perece, hay un cántico de alegría”.
Suena bastante inequívoco. Hasta que encuentra otra declaración del mismo autor, en el mismo libro: “Cuando tu enemigo cae, no te regocijes, y cuando él tropieza, que tu corazón no esté exultante, no sea que el Señor vea y se disguste, y quite Su ira de él”.
El Talmud refleja la tensión. Nosotros encontramos: “Cuando los malvados perecen del mundo, el bien viene al mundo, como dice el versículo: ‘Cuando el malvado perece, hay un cántico de alegría’”… Mientras que en el mismo volumen, el Talmud ya nos ha dicho: “Cuando los egipcios se estaban ahogando en el Mar de las Cañas, los ángeles quisieron cantar. Di-s les dijo: ‘¿La obra de Mis manos se está ahogando en el mar, y ustedes quieren cantar?’”
Nosotros no somos los primeros en notar esas paradojas y más. Ahora no es el momento de enumerar toda resolución sugerida. En cambio vayamos derecho al corazón del tema.
¿Qué tiene de tan terrible, después de todo, el celebrar la muerte de un malvado malhechor? ¿Por qué piensa que es inadecuado regocijarse porque un hombre que se regocijaba con la desaparición de tantos miles, y se confabulaba ingeniosamente para traer destrucción y terror por todo el globo, ahora ha sido quitado de él? ¿Es tan terrible sentirse feliz de que el mundo se ha transformado en un lugar mejor, más seguro y feliz?
No, no lo es. Es perfectamente legítimo. Por el contrario, alguien que no está celebrando en este momento aparentemente no está tan preocupado por la presencia del mal sobre nuestro adorable planeta. Aquellos que están indignados por el mal, ahora tienen sonrisas en sus rostros. Los apáticos no ríen.
Si es así, cuando Faraón y sus secuaces, que habían esclavizado a nuestro pueblo por generaciones —maltratándolos con la máxima crueldad, ahogando a nuestros bebés y golpeando hasta la muerte a los trabajadores —cuando finalmente fueron ahogados en el mar, ¿por qué Di-s mismo no se regocijó?
Simple. Porque ellos son “la obra de Mis manos”. Por eso ellos son magníficos. Y una terrible pérdida.
Como dice otro profeta: “Como que yo vivo, dice el Señor Di-s, Yo no deseo la muerte del malvado, sino que el malvado se arrepienta de su conducta, así podrá vivir”.
Por el mismo motivo, Salomón te dice que no te regocijes por la caída de tu enemigo. Si es por ese motivo que estás celebrando —porque él es tu enemigo, del que has sido vengado en una batalla personal — ¿Entonces en qué eres mejor que él? Su maldad fue interesada, como tu alegría.
Pero regocijarse por la disminución del mal en el mundo, que hemos hecho algo de nuestra parte para limpiar la suciedad, que ha habido justicia — ¿Qué puede ser más noble?
Ese, después de todo, fue el pecado de Bin Laden. El reconocía a Di-s. Él era un hombre profundamente religioso —aquellos que lo conocieron lo llaman “santo”. Él oraba a Di-s cinco veces al día y le agradecía por cada uno de sus nefastos logros. El pecado de Bin Laden fue rehusarse a reconocer la imagen divina dentro de cada ser humano, negar el valor que Di-s Mismo pone sobre “la obra de Mis manos”. Para Bin Laden este mundo era un lugar horrible y oscuro, construido sólo para poder ser borrado en algún apocalipsis final, y él estaba listo para ayudar a ello a su manera. Con ese pecado, todo su culto y religiosidad resultó ser el viejo mal.
Por lo que ahí está la ironía de todo esto, la profundidad y belleza que yace en la tensión de nuestra Torá. Si nosotros celebramos que Bin Laden fue muerto a tiros, nos estamos rebajando a su reino de depravación. Sin embargo, si no celebramos la eliminación del mal, demostramos que simplemente, no nos preocupamos.
Nosotros no somos ángeles. Un ángel, cuando canta, está sólo lleno de cántico. Un ángel, cuando llora, se ahoga en sus propias lágrimas. Nosotros somos seres humanos. Podemos cantar alegremente y lamentarnos al mismo tiempo. Podemos odiar el mal de una persona, mientras apreciamos que aun es la obra de las manos de Di-s. De esta manera, el ser humano, no el ángel, es el recipiente perfecto para la sabiduría de la Torá.
Únete a la charla