Para todos aquellos de nosotros que éramos lo suficientemente mayores el 9/11 para comprender el significado de esas impresionantes nubes de humo moviéndose del bajo Manhattan a Brooklyn, visibles desde tan lejos como Connecticut, y vistas electrónicamente por todo el mundo, la muerte de Osama Bin Laden no puede sino pulsar una cuerda en aquel lugar de nuestros corazones que busca ver la justicia revelada en nuestro mundo.
Después de todo, uno de los principios básicos de las Leyes Noájidas —la ley universal de la humanidad —es, como Di-s le dijo a Noé al salir del Arca: “Shofej dam ha-adam b- adam damo ishafej” —“Quien derrama la sangre del hombre, por el hombre su sangre será derramada”.
Sin embargo nosotros comprendemos que esta no es una concesión Divina al deseo de venganza; los sentimientos de venganza no son adecuados para un ser humano, como está dicho en Parashá Kedoshim (Levítico 19:18).
Más bien, nosotros comprendemos que no hay lugar en el mundo para una persona que no respeta la imagen de Di-s que es cada uno de nosotros.
La idolatría es considerada uno de los pecados más serios en el judaísmo. Sin embargo el idólatra realmente no niega la suprema existencia de Di-s, él simplemente lo ve como demasiado grande para involucrarse con un mundo terrenal, y afirma que Él ha designado “vicepresidentes” para ocuparse de sus asuntos del día a día, y que esos “sub-dioses” son los que deben ser adorados. Por contraste, el asesino, que no toma con respeto la vida humana, rechaza la idea de que nosotros somos creados a la imagen de Di-s, que Di-s valora a cada uno de nosotros. Él rechaza el reflejo de Di-s, porque él le niega a Di-s cualquier poder fuera de ser espejo de su propio ego. Él busca reemplazar a Di-s, su dios, sin embargo lo adora fervientemente, como una imagen de si mismo. Se adora a sí mismo, y por lo tanto busca matar, y niega el valor de la vida, de todo lo que no está en su imagen.
Esta es una idolatría peor que cualquier antiguo panteón, porque pone a un hombre de carne y sangre en el lugar de Di-s. Sólo cuando su mortalidad es expuesta por su muerte, su pretensión de ser Di-s es erradicada, y el orden es restaurado. El mundo está distorsionado por la presencia misma de aquellos que niegan la imagen de Di-s y el derecho a la vida de los otros. Pero hay algo acerca de esto que puede decirnos mucho más. Como el Baal Shem Tov enseñó, en todo lo que oímos o vemos, debemos encontrar una lección positiva en nuestra relación con Di-s. ¿Cuál es el mensaje positivo para nosotros de todo esto?
Comencemos pensando en todo el esfuerzo que realizó tanta gente para llevar a cabo este acto de justicia, este acto de negar el mal. ¿Cuánto dinero, cuánta tecnología, cuánto ingenio se ha utilizado para llevar a cabo esta tarea que ha sido tan urgente durante una década?
Imagínese ahora si actuamos bajo la comprensión de que en la raíz de todo este problema se encuentra un mundo demasiado conciente del código universal, las Leyes Noájidas, que Di-s le dio toda la humanidad —preservando su diversidad por la generalidad misma de sus leyes, sin embargo exigiendo sobre todo, una cosa: el respeto absoluto del derecho de toda persona a vivir en paz la vida que Di-s le dio.
Esta paz existe para ello, para ser usada para hacer del mundo un lugar de bien y bondad, como el Rebe quería decir al animar la observancia de esas leyes. Sin embargo, para llegar a la práctica, debemos considerar la declaración de Maimónides (Leyes de Arrepentimiento 9:1): “Cuando una persona está ocupada en este mundo, con enfermedad, guerra y hambre, no puede involucrarse ni con sabiduría ni con mitzvot”.
Aquí, creo, está la lección que podemos aprender de todo el esfuerzo y la operación para atrapar a Osama.
Tratemos de dedicar el mismo esfuerzo y poder mental masivo que han sido usados para la guerra, para desterrar el hambre y la enfermedad, y para enseñar y exigir (de manera pacífica), que toda la gente acepte la imagen Divina del otro.
Entonces tomaremos al mal mismo que hoy erradicamos, y lo convertiremos en verdadero bien, y se usará armoniosamente el poder y la habilidad que la respuesta a esto ha evocado. Entonces podremos movernos a ese tiempo del cual Isaías (2:4) escribe: “Nación no levantará la espada contra nación, ni nunca más sabrán de guerra”.
Y esto es, en particular, nuestra —del pueblo judío —tarea para provocar esto, ser el catalizador que inspire este nuevo objetivo. Nosotros lo vemos del versículo precedente:
“Y muchos pueblos irán, y dirán: ‘Vamos, vayamos al monte de Di-s, a la casa del Di-s de Jacob, y que Él nos enseñe Sus caminos, y nosotros iremos en Sus pasos’, Pues de Sión saldrá la Torá, y la palabra de Di-s de Jerusalén” (Isaías 2:3).
Y como cualquiera que haya estudiado química sabe, un pequeño catalizador llega lejos.
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