El rebe de Sadigora, quien era hijo de Reb Israel de Ruzhin, contó una vez la siguiente historia.
Siempre que el Baal Shem Tov visitaba cierta ciudad, se alojaba en la casa del mismo ciudadano, quien era uno de los más prósperos habitantes del pueblo. Un Viernes él llegó a la ciudad durante la temporada en que era menos esperado y se alojó en la sinagoga para pasar el Shabat. Su anfitrión de costumbre le pidió que fuera su huésped como siempre, pero el tzadik declinó cortésmente la invitación. Toda la gente del pueblo pronto se reunió en el shil, y tras las plegarias vespertinas el Baal Shem Tov les indicó que todos recitaran Salmos. Justo al acercarse la medianoche pidió que le dieran la comida que había traído para Shabat e indicó a los fieles que fueran a sus casas con sus familias para cumplir con la mitzvá de comer la cena de Shabat, y que luego volvieran. Y así toda la congregación continuó recitando Tehilím al unísono a lo largo de toda la noche. Tras haber completado las plegarias matutinas, el Baal Shem Tov manifestó a su antiguo anfitrión que le gustaría aceptar la invitación para el almuerzo.
Tras kídush, cuando todos ellos estaban reunidos alrededor de la larga mesa, sintiéndose renovados por el espíritu festivo del Shabat, un gentil repentinamente entró en la habitación y pidió un trago de vodka.
El Baal Shem Tov pidió a su anfitrión que se lo diera y pidió al goi que contara lo que sabía.
“Ayer,” comenzó el gentil, “justo antes del anochecer, el duque a quien pertenece este ducado, convocó a todos los gentiles de los alrededores y les dio armas y municiones diciéndoles que irían y destruirían a todos los judíos de esta ciudad. A lo largo de toda la noche la turba espero impacientemente la orden de atacar. Pero justo antes del alba, llegó un carruaje trayendo a un importante oficial inspector del gobierno, quien se sentó y habló con el duque y cuando ellos terminaron el dialogo, el duque ordenó a todos los aldeanos que volvieran a sus casas.”
El Baal Shem Tov ahora se dirigió a quienes lo acompañaban a la mesa: ” Este paritz (señor feudal)es tan rico que nunca se dio prisa en vender su cereal, dado que ningún precio que le ofrecían resultaba suficiente para él. Así fue como las cosechas de muchos años se apilaron en sus graneros hasta que empezaron a pudrirse. Algunos de sus amigos, que eran acerbos antisemitas, lograron convencerlo que sus vendedores y representantes judíos eran culpables de eso, pues disuadían a los clientes de comprar su producto. La idea de semejante conspiración se hizo carne en él y decidió tomar venganza de ellos destruyendo a todos los judíos de esta ciudad. Yo no tuve otra opción más que traer de vuelta a un antiguo compañero de escuela del duque, quien había falleció hace cuarenta años, aunque esto el paritz no lo sabía, dado que ambos habían vivido muy alejados. La primer pregunta del recién llegado fue acerca del peligroso aspecto de los campesinos a quienes había visto por todos lados en su camino: ¿Porqué estaban armados? Y el duque le dijo que estaba a punto de vengarse de los judíos porque maliciosamente habían provocado que su cereal se acumulara pudriéndose.”
‘¡Tu no puedes decir eso!’ exclamó el inspector. ‘Puesto que yo continuamente negocio con judíos y siempre han sido honestos. Tu trata de convocarlos mañana, después de su Shabat y veras que ellos te compraran incluso el cereal podrido.’ Y ahí fue cuando el paritz salió y dijo a los expectantes campesinos que devolvieran las armas y se dispersaran.”
El rebe de Sadigora terminó de relatar la historia y se volvió hacia su hermano, Reb Mordejai Shraga de Husiatin, diciendo:
“Nos queda un problema aquí: ¿Porqué el Baal Shem Tov tuvo que tomarse el trabajo de viajar a ese pueblo? Después de todo él podría haber hecho lo que hizo sin moverse de casa. Pero el Baal Shem Tov pensó lo siguiente: ‘Si mi plan funciona, bien; pero si falla, entonces iré junto a todos los judíos de ese pueblo y compartiré su destino’.”
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