Muchos de nosotros profesamos un “lado espiritual”, una “faceta religiosa” o de cualquier forma que llamemos a esa parte de nosotros mismos que está en contacto con Algo Superior. Así que la cuestión no es en realidad si lo tenemos, sino qué es exactamente. ¿Es algo que sirve para mejorarnos a nosotros mismos, como una clase de carpintería o una sesión de terapia? ¿Es una obligación, como obedecer la ley de país e ir a trabajar por la mañana? ¿O es simplemente quien es uno?

El Talmud, planteando esta pregunta hace más de 1.500 años atrás, la pone en los siguientes términos: ¿Cómo llamas al lugar que D-os ocupa en tu vida: una montaña, un campo, o una casa?

Era algo distinto para cada uno de los tres padres fundadores del pueblo judío. Hay un lugar, en el Templo del Monte en Jerusalén, que la Torá considera como el punto focal de la presencia de D-os en nuestro mundo. Cuando Abraham estaba allí, lo llamó “la montaña de la revelación de D-os”. Para Isaac, el lugar era un “campo”. Jacob pasó una noche allí y la proclamó “la casa de D-os”.

Los kabalistas resumen las vidas de los tres Patriarcas de esta forma: Abraham fue la realización del amor, Isaac personificó el temor, y Jacob fue la esencia de la verdad. El problema con el amor es que puede ir demasiado lejos, pasando encima de las fronteras entre uno mismo y el otro al extremo de convertirse en sofocante y decadente. Abraham fue la perfección del amor, pero su hijo Ishmael fue un ejemplo de amor desenfrenado.

El problema con la humildad, el compromiso y la autodisciplina es que se puede convertir en crueldad, Esav es un ejemplo de la característica de Isaac en su forma corrupta.

La verdad, por el otro lado, es lo que es, no porque esté dirigiéndose a algo o retrayéndose de algo. La verdad es amor que respeta fronteras, la verdad es compromiso templado con compasión. La verdad no es una montaña, un pedazo hinchado de tierra intentando ser cielo; tampoco es un campo, allanándose a si mismo al piso para someterse a la pala y el arado. La verdad es un hogar; un lugar que cobija la vida, facilita sus necesidades, y le permite ser ella misma.

Por supuesto, el hogar no puede existir sin la montaña y el campo. La verdad sin pasión está muerta; la verdad sin compromiso no tiene base. Para ser nosotros mismos, debemos escalar nuestras montañas y trabajar nuestros campos. Pero debemos recordar que la vida verdaderamente vivida no es triunfar o someterse, sino habitar nuestros logros y compromisos. O como el Midrash lo expresa: hacer del mundo un hogar para D-os.