Lunes, 21 de Agosto de 2001, 6:00 hs., Aeropuerto JFK.

Desembarcando del vuelo 031 de El Al de Tel Aviv a Nueva York, un vuelo que vio la oscuridad extenderse sobre el mundo y que me dejó mareado. Cuando uno viaja hacia el oeste de noche, ve muchos atardeceres, muchas noches que bajan a medida que uno vuela de la luz a la oscuridad (para ser exacto, 19 horas de noche de Israel a Nueva York, 12 horas volando y 7 más de diferencia horaria). Me imagino que si me mantuviera volando hacia el oeste, la noche nunca se terminaría.

”Abrumadora”, es la única palabra que puedo usar para describir mi semana en Jerusalén Oriental, en la frontera este de la Tierra Prometida, en el centro del universo. Millones de judíos rezan hacia este punto, hacia el Monte del Templo en Jerusalén, y aquí estaba yo sentado un viernes por la noche en una azotea mirándolo de cerca.

En este vórtice se encuentra concentrado en un microcosmos todo el universo: la batalla entre el bien y el mal, la diversidad - y hasta - la división entre un judío y otro. La guerra entre los judíos y árabes, una lucha de 4.000 años entre Isaac e Ishmael, descendientes de Abraham.

Y ahora, con la última escalada de violencia en la región, todas las capas se han quitado. El verdadero estado de las cosas ha surgido al no poder escondernos más detrás de ilusiones de prosperidad y zonas de confort. La vulnerabilidad tiene una forma de exponer las emociones más crudas y revelar las verdades subyacentes, que aun en el centro del universo pueden estar a veces oscurecidas.

Estoy parado en el Muro de los Lamentos un viernes de noche y veo a judíos de todas las extracciones, grupos que en cualquier otra parte del mundo sólo se pueden encontrar en sinagogas separadas: sefardíes y ashkenazíes, jasídicos y lituanos, ortodoxos y seculares, de Carlebach y Breslav, turistas y locales. Kipot de todas las texturas y colores.

Los judíos rezan en el Muro, un remanente agrietado de las paredes que rodeaban al Templo, sólo a unos metros de dos hermosos edificios islámicos y muchos cristianos. Aun así, las palabras de mis maestros resuenan fuerte: “No hay nada más completo que un corazón partido”. El pueblo judío refleja la realidad de la vida de hoy: un remanente de un mundo más puro. Un edificio perfecto y completo no le haría justicia al mundo en que vivimos. No vivimos en un mundo perfecto, y reconocer esto es la mitad de la cura, la mitad del camino para alcanzar la perfección.

Mientras miramos al Monte del Templo comiendo la cena de Shabat, pienso en otro grupo que una vez miró esta misma vista. ¿Dónde estaba parado Rabí Akiva cuando vio al Monte del Templo arrasado y rió mientras sus colegas lloraban? ¿Estarían quizás parados en este mismo lugar?

Rabí Akiva rió porque dentro de la pérdida vio esperanza. Dentro de la desolación sintió la redención. Sí, uno necesita los ojos de Rabí Akiva, pero una vez que él lo vio, nos ayudó a todos a ver. Quizás sólo cerrando nuestros ojos podamos ver mejor.

Mientras vagaba por los callejones de piedra del Cuarto Judío en la Ciudad Vieja, no podía sino pensar: ¿quién caminó aquí antes que yo? ¿Fue el Kohen Gadol, en su camino al Santo de los Santos en Iom Kipur? ¿Fue Abraham, llevando a Isaac al Akeida? ¿Fue el Rey David, preparando el terreno para construir el Templo Sagrado? ¿Cuántos pasos han pisado esta misma tierra donde camino, hablo, como Falafel y duermo? Tan sagrado como puede ser el pueblo hoy en Jerusalén, ¿pueden compararse y competir con el puro poder de Divinidad eterna que satura estas mismas piedras y tierra?

La gente de Israel son tan solo accesorios en una escena puesta por Di-s para ser Su centro del universo. En este lugar, la Santa Tierra Prometida, todo lo que existe fuera es interpretado de las formas más extremas, cristalizado en su forma concentrada, como una semilla que contiene y forma el macrocosmos. Sin embargo, la luz de Eretz 24 Israel es tan poderosa que no puede ser vista por nosotros los mortales. A menos que… cerremos nuestros ojos.

Y entonces viajo de este a oeste, de la luz a la oscuridad. De una luz enceguecedora a una noche clara, de una luz que apenas puedo sentir a una oscuridad que puedo ver y convencerme que es luz.

Y entonces aterrizamos...

***

Lunes, 21 de Agosto, 19:00 hs., East Hampton, Nueva York.

East Hampton: la escapada de vacaciones perfecta, el lugar de elección del verano, un paraíso encantador que atrae a artistas y escritores como a turistas casuales, con sus playas cristalinas y una excitante vida nocturna. El hogar de muchas personas influyentes de América, ocupadas en la danza sin fin del escalamiento social y la ostentación.

En esta capital de “encias”, afluencia, opulencia e indulgencia, estoy hablando de Kabalá ante un grupo de distinguidos lugareños en el Instituto Ross del Bienestar, fundado por Courtney Ross, esposa del fallecido Steven J. Ross, gerente general de Time Warner. En este ambiente platónico, en un complejo extraordinario de edificios, meticulosamente diseñados con colores y formas exquisitas y exóticas, un Ieshive Bójer (estudiante de Ieshivá), es decir yo, está dando una charla sobre misticismo judío: cómo la antigua sabiduría de la Kabalá puede traer significado y divinidad a nuestro mundo “común”.

No podía evitar pensar en la ironía, la extraña coincidencia, de salir recién del avión de Jerusalén y prácticamente aterrizar en East Hampton. Hacía unas horas estaba sentado en un café en la Ciudad Vieja, y ahora estaba recorriendo las elaboradas cocinas estilo Zen del Instituto Ross, con sus piletas de porcelana y sillas orientales. Tan solo anoche, estaba sentado ante el viejo Muro de 2.000 años, ¿dónde estaba East Hampton hace 2.000 años atrás? ¿Alguien sabe que sucedía aquí hace veinte siglos atrás, o aun cuatro siglos atrás?

Y aquí estoy, intentando compartir Jerusalén con East Hampton... Pero creo que tuve éxito. Tome en cuenta que no fue por mis propios esfuerzos, sino por la sinergia de sesenta mujeres y hombres en búsqueda. En búsqueda de la verdad y de la felicidad, intentando darle algún sentido a este mundo caótico. Gente compartiendo momentos sagrados intentando descubrir nuestra misión única, nuestra contribución indispensable a la vida. Intentando encontrar nuestro centro en medio del estruendo de muchos círculos ruidosos.

Uno no puede crear un círculo perfecto sin un centro firme. Volver al círculo desde el centro nos desafía a unir a los dos. Somos los rayos que deben integrar un centro en el complejo de círculos que dibujamos en nuestras vidas. La paradoja hoy es: el centro de Jerusalén es invisible hasta que creamos nuestro círculo. El centro no es nuestra creación, pero el círculo sí lo es. En Occidente debemos crear nuestro “Jerusalén”. En Israel no podemos. Así que a pesar de que tenemos un centro ciego desde el cual dibujar, es sólo luego que creamos el círculo que el centro se convierte en algo vivo y real. Un círculo no puede estar completo sin un centro, pero un centro no manifiesta ningún espacio físico sin un círculo. Extrañamente, nuestro circulo definido por el centro de Jerusalén, nos ayuda a todos a encontrar nuestro camino de regreso al centro.

Y esa es nuestra tarea hoy: refinar y transformar nuestros “East Hamptons” en “Tierras Prometidas”. Al hacerlo, contribuimos a recargar el centro espiritual de nuestras vidas, que es en última instancia la única forma duradera de traer paz y armonía entre todos los pueblos, entre los judíos mismos, entre árabes y judíos; el reconocimiento absoluto de que todos nuestros círculos están dirigidos por el Centro Único, ya sabe Quién es.

Las transiciones nunca son fáciles. Especialmente viniendo del cielo a la tierra.