Basado en un testimonio de Dovid Landau a Shmuel Globa
En una pequeña ciudad en Galicia, Polonia, durante los años 1930, un dentista Judío llamado Dr. Dovid Landau estableció una práctica próspera en Piaskes, un vecindario cristiano. Un hombre cálido y genial, Dovid formó amistades muy rápidamente y fácilmente con los judíos y no judíos por igual, y pacientes iban a su oficina no solo por problemas de los dientes, sino también para descargar sus corazones y pedirle consejos. Su esposa, Shifra, era una bella mujer rubia quien también compartía el carisma de su esposo. Cuando terminó su título avanzado en educación elemental, abrió un jardín de infantes judío en el corazón de la ciudad, y como con su marido, también floreció, y tuvo mucho éxito.
Estos años felices para la pareja, llegaron a un fin con la invasión alemana en Polonia en el año 1939, y los ataques despiadados y crueles hacia las comunidades judías. Los soldados alemanes en Piaskes constantemente festejaban con delicias polacas robadas y licor. Pronto sus estómagos comenzaron a hincharse y sus dientes a pudrirse. A pesar que atenderse con un doctor judío estaba estrictamente prohibido, escucharon que el Dr. Dovid Landau era un buen dentista, y subrepticiamente acudieron a él para tratamiento. Ellos se amigaron con él, y como resultado de estas “conexiones”, el doctor pudo ayudar a que varios terribles decretos contra la comunidad judía sean anulados. Usó estas amistades con sus pacientes Nazis para asegurar una vida relativamente más fácil para sus hermanos.
Pero llegó el día que incluso Dovid no pudo influenciar sobre los eventos. Tres judíos fueron arrestados por una infracción menor y condenados a la horca. Ni los ruegos, ni los sobornos pudieron surtir efecto sobre este decreto. Todos los judíos en la ciudad fueron ordenados a presenciar el ahorcamiento, una táctica usada con frecuencia por los Nazis. El comandante Nazi miró a la masa de judíos temblorosos reunidos en la plaza, y por alguna razón, sus ojos cayeron sobre Dovid Landau.
“¡Tú!”, lo señaló, “¡Acércate!”
Dovid no sabía por qué había sido señalado.
“¡Pon las sogas alrededor de los cuellos de estos judíos!”, le ordenó el comandante. Dovid se dio un paso hacia adelante de la fila de judíos, y dijo: “No puedo hacer esto”.
Enfurecido, la ira del comandante ahora se centró sobre Dovid mismo.
“¡Aten a este perro!”, instruyó a dos soldados alemanes. Lo agarraron de sus brazos y lo llevaron hacia adelante. “Lo llevaremos al campo y lo haremos allí”, le dijeron al comandante.
Fortuitamente, resultó ser que ambos hombres eran pacientes de Dovid. Cuando llegaron a las afueras de la ciudad, uno le susurró: “No temas. Cavaremos una tumba poco profunda. Salta allí, y quédate hasta que anochezca. Corre hacia el bosque; sabemos que hay guerrilleros judíos escondiéndose ahí, quizá puedas unirte a ellos. Pero recuerda, hagas lo que hagas, no vuelvas nunca a nuestra ciudad”.
Luego, tomaron sus armas, y dispararon dos veces en el aire, volvieron al lugar en donde ocurría el ahorcamiento y le dijeron al comandante que el trabajo estaba hecho. Todos los allí reunidos habían escuchado los disparos, incluyendo Shifra. Su cuerpo se había tensionado, pero su semblante permanecía sin muestra de expresión alguna; no quería irrumpir en llanto o caer al piso en histeria, como todos esperaban. Sino que permaneció allí parada, calmada. Tanto para ella, como para cualquier otro, Dovid estaba muerto.
Dovid caminaba por el bosque por la noche, cuando era más seguro, y descansaba durante el día, escondiéndose detrás de altas espigas de trigo. El hambre lo roía, y se sentía débil y desfallecido. Luego de varios días, estaba listo para enfrentarse con la muerte. Cuando divisó una pequeña cabina en la distancia, tomó una decisión: Lo que fuera que pasaría, era lo que iba a pasar, pero él debía conseguir algo de comida y agua. Tocó la puerta, y fue recibido por un anciano campesino cuyo rostro mostraba un gran asombro.
“Debes estar muy hambriento”, le dijo al instante, “Ven, entra, te daré algo de comida”.
Dovid le contó al campesino su historia, y el anciano le dio comida, bebida y ropa. Luego, el hombre llevó a Dovid a una granja vacía, y le dijo que podía dormir sobre el heno. “Por la mañana, te mostraré dónde están los guerrilleros judíos”, le dijo.
Cuando Dovid finalmente encontró a los guerrilleros, ellos estaban tan contentos como él, declarando su arribo como “providencial”. Muchos de ellos lo conocían de la ciudad, y sabían que era un habilidoso dentista. Luego de tanto tiempo de haber estado escondidos en el bosque, sus dientes habían sido descuidados, y sus encías se habían hinchado.
Al día siguiente, dos de ellos se adentraron en el bosque para robar algo de medicina e instrumentos dentales y así Dovid comenzó nuevamente a practicar su oficio, en el bosque. Además de su trabajo de dentista, Dovid también participaba en la actividad guerrillera contra los alemanes, y formó parte de combates, en donde varios de sus compañeros fueron heridos mortalmente. Casi fue capturado o asesinado varias veces, pero de alguna manera siempre se las apañaba para escapar de la muerte en el último minuto.
Durante sus cinco años de prueba, Dovid pensaba constantemente en su querida esposa, Shifra, preguntándose si seguía viva, y de ser así, en dónde estaba. Durante los momentos de gran drama que habían precedido a su asesinato ficticio, Dovid se había olvidado de pedirles a los dos soldados que lo habían salvado, que se contacten con su esposa. Esperaba que ellos la hubiesen buscado y contado la verdad sobre su “muerte”, para que ella no sufra. Pero los soldados nunca le habían dicho a Shifra que lo habían ayudado a Dovid escaparse. Mientras la guerra seguía, y Dovid peleaba con los guerrilleros, Shifra se lamentaba por la pérdida de su marido.
Dovid buscó a Shifra desde el momento que fue liberado, pero su amado lugar de su juventud ahora se encontraba vacío de judíos. Ni un judío de su ciudad había sobrevivido la masacre Nazi. Mientras caminaba por su antigua ciudad y volvía a visitar los viejos refugios, sintió mucha depresión. Había esperado ser alegremente recibido por los habitantes locales, y había esperado escuchar los vítores de alegría por haber sobrevivido. Pero los ojos muertos de los que allí estaban no se calentaron al verlo, y sus rostros permanecían duros como una piedra mientras el transitaba por las calles. De hecho, a cada lugar que iba, sentía una rabia antisemita dirigida hacia él, incluso de sus antiguos pacientes y amigos.
No había nada para él allí. Shifra no estaba, sus amigos y parientes tampoco; la vida que él había conocido, ya no estaba. No tenía razón para quedarse. Dovid emigró a Israel, y se unió a la Haganá (Ejército Israelí). Habiendo perfeccionado sus habilidades de combate y de inteligencia durante sus años como guerrillero, Dovid pudo adaptarse fácilmente a su nuevo rol. Durante el mismo tiempo, él vio como otros sobrevivientes se habían vuelvo a casar y habían comenzado su vida de nuevo. Él sabía que debía reconstruir su vida personal, pero no podía dejar de pensar en Shifra. En Europa, había intentado por todos los medios buscarla, tanto por medio de organizaciones Judías como por él mismo, pero sus esfuerzos habían sido en vano. Su espíritu no descansaba, y no tenía paz interior. La confusión vibraba en cada fibra de su ser. Estaba obsesionado por Shifra, y aquella pregunta, siempre la misma pregunta, le daba vueltas una y otra vez, ¿Había alguna chance que hubiese sobrevivido, después de todo?
Desde lejos, el astuto y observante capitán de la brigada de David miraba cómo uno de sus soldados apretaba sus dientes, ocultando su cara en sus manos. Él sentía su dolor. Cuando le pidieron al capitán que envíe a dos hombres inteligentes a Polonia para recuperar a tres niños judíos que habían vivido en un orfanato cristiano en Cracovia, instantáneamente pensó quién podría ser uno de ellos. El capitán decidió que le otorgaría esta misión a Dovid, con la perfecta oportunidad de volver a Polonia y poder volver a buscar a Shifra. Recibió esta providencia de darle a Dovid una segunda oportunidad de buscar a su esposa.
Le dieron a Dovid y a su amigo Mordejai pasaportes Británicos, y les instruyeron que debían hacerse pasar por periodistas ingleses que escribían un artículo sobre orfanatos cristianos durante el período post guerra. Muy pronto, estaban en camino a Polonia.
Un par de semanas luego que marido Dovid había sido “ejecutado” en el bosque, Shifra Landau había vuelto a su departamento una tarde para encontrar un sobre cerrado en la mesa de su cocina. Cuando lo abrió, encontró un pasaporte polaco falso, una historia genealógica de su ascendencia polaca pura, y cien marcos alemanes. No había ninguna carta adentro, y no podía adivinar quién era su misterioso benefactor. Asombrada, Shifra se sentó en la mesa a evaluar opciones. Fue a ver al rabino local para pedirle su consejo. “Por supuesto, estoy abrumada y tremendamente agradecida por esta oportunidad”, le dijo, “pero me siento culpable por abandonar a mi jardín de infantes. ¿Quién se ocupará de los niños?”, le preguntó.
“Mi querida hija”, le dijo el rabino, “es muy noble de tu parte preocuparte tanto por tu gente, pero de acuerdo a la Ley Judía, se nos ordena que hagamos todo lo posible para salvar nuestras vidas primero. Y, quizá”, agregó, en un intento de consolarla, “solo quizá, desde tu punto de ventaja como aria, también puedas ayudar a otros judíos. Debes cruzar al otro lado”.
Shifra siguió el consejo del rabino y viajó a Cracovia, en donde obtuvo un empleo como maestra en un orfanato cristiano. Tres niños, (un varón y dos nenas), enseguida fueron puestos de lado. Tenían pelo oscuro y ojos oscuros, y de alguna manera, se veían distintos. ¿Podrían ser judíos?, se preguntó Shifra.
Cuando le pidieron que bañe a estos niños, Shifra pudo afirmar que el pequeño varón estaba circuncidado, como lo había sospechado. Ahora que sus intuiciones sobre el niño habían resultado ser válidas, tomó la decisión de averiguar la verdad sobre las dos niñas también. Una noche, Shifra entró en la oficina en donde estaban guardados los archivos de los niños, y descubrió, una vez más, que su intuición había sido correcta. Las dos niñas también eran judías, los archivos mostraban sus verdaderos nombres y también los de sus padres.
Luego de la muerte de Dovid, Shifra se había vuelto depresiva y apática, pero ahora un nuevo propósito la revivió; ser madre de estos tres huérfanos judíos, criarlos como si fueran sus propios hijos. Una energía regeneradora la invadió, ayudando a sobrellevar la tremenda tensión que había sentido viviendo su doble vida. Shifra cuidó a estos tres niños durante varios años, hasta que Polonia fue liberada en 1945.
Semanas después de la liberación, Shifra visitó una sociedad de ayuda judía en Cracovia para pedir asistencia en contrabandear a estos tres niños fuera del orfanato. “Mira”, le dijeron los miembros extranjeros del equipo, “recién llegamos, y no sabemos cómo lidiar con este tipo de situaciones. Vuelve al orfanato, y continúa pretendiendo que eres cristiana, y mandaremos una delegación al gerente del orfanato pidiendo que los niños sean devueltos a la comunidad judía”.
Los polacos, sin embargo, se negaron a cooperar, negando vehementemente que estos niños fueran judíos. La organización judío intentó negociar con el gerente, ofreciéndoles una gran suma de dinero para “redimir” a estos niños, pero esta táctica también falló. Finalmente, en un momento de desesperación, la sociedad de ayuda judía se contactó con la Haganá de Israel y les pidió ayuda.
En respuesta, enviaron un telegrama avisando a la organización judía que dos emisarios de Haganá serían enviados a Cracovia, con órdenes de llevarse a estos niños en medio de la noche. Se harían pasar por periodistas ingleses. Le contaron a Shifra sobre el plan, y le pidieron que busque a estos dos emisarios de Haganá. Sus nombres no fueron mencionados.
Al llegar, los dos periodistas británicos fueron recibidos con calidez por el gerente del orfanato, quienes afablemente les ofreció un recorrido por las premisas. Cuando Dovid notó una figura solitaria en el hall de estudio, sentada con su cabeza baja, inmersa en un libro, un músculo se le tensó en su rostro, pero no dijo nada. Habían pasado cinco largos años, y ella había adelgazado mucho, pero Dovid instantáneamente reconoció a su querida esposa, Shifra.
Shifra, inmersa en su libro, hacía caso omiso a los hombres.
Pero Mordejai, el compañero de Dovid, inmediatamente notó que Dovid había comenzado a temblar inexplicablemente, y su rostro se había vuelto blanco como el papel.
“Dovid, ¿Qué sucede?”, le preguntó.
“Shifra, mi esposa…está en el hall de estudio”.
Luego que finalizó el recorrido, y que el gerente había vuelto a su oficina, Dovid y Mordejai se reunieron. Estuvieron de acuerdo que si Dovid se acercaría directamente a Shifra, ella podría experimentar un gran shock. Además de su salud personal, también les preocupaba poner en peligro su operación. Decidieron entonces, que Mordejai hablara primero con Shifra, para darle de manera gentil la noticia y para prepararla psicológicamente para recibir el gran milagro que estaría a punto de suceder.
Shifra, al igual que su marido, estaba hecha de hierro. Cuando Mordejai le dio la noticia que Dovid estaba vivo y afuera, ella se ruborizó profundamente y lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. En un esfuerzo heroico por controlar sus emociones y no demostrarlas, asintió cordialmente y siguió cantando la canción con los niños que Mordejai había interrumpido cuando entró en el salón.
Él le susurró algo más en su oído: “Dos de la madrugada”. Shifra había preparado las ropas de los niños, y poco antes de las dos, abrió la puerta principal del orfanato. Su corazón dio un salto cuando vio al cuidador nocturno parado frente a la puerta.
“¿Qué haces tan tarde”, le preguntó, “¿No te retiras generalmente temprano?”
“Tengo un dolor de cabeza terrible”, dijo, “Pensé que quizá podría librarme de él saliendo. Preciso aire fresco”.
“Disfruta de tu paseo”, le dijo el guardia quitándose cordialmente su gorro.
Minutos más tarde, Shifra volvió hacia el guardia, y le dijo que había encontrado a un hombre inglés ebrio tirado en medio del camino. ¿Podría él ayudarla a llevar a su amigo inglés hacia adentro? El guardia atentamente salió de su puesto y ayudó a Mordejai a levantar a Dovid (el supuesto inglés ebrio), y llevarlo al orfanato. Mordejai también pretendió estar un poco ebrio, y le ofreció al guarda un trago de whiskey de su botella. El guardia tomó la botella con alegría, y pronto cayó profundamente dormido.
“Hay medicina suficiente en ese whiskey para mantenerlo dormido durante varias horas”, dijo Mordejai.
No les llevó mucho tiempo sacar a los niños del orfanato y ponerlos en una camioneta que estaba esperando afuera, con su motor encendido. Horas más tarde, se encontraban en la República Checa, desde donde podrían volver a Israel.
Nota final: Durante décadas, un fajo de documentos preciados que le pertenecían a Ita Ansel, hija de un sobreviviente polaco, juntaron polvo en un rincón del ático. Su padre, Shmuel Globa, fundó una sociedad judía histórica del Holocausto, y registró los testimonios de varios sobrevivientes. No fue hasta que Ita, decidió ayudarnos a desenterrar estas historias desconocidas hasta ahora que se descubrió una carpeta titulada “Nisim”, (palabra en Idish y Hebreo que significa “milagros”), en donde estaba contada la historia de Dovid y Shifra. Un verdadero milagro.
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