Recuerde una situación en la que se sintió frustrado, molesto o infeliz; puede haber sido una cosa importante o un detalle, algo que ocurrió una sola vez o alguna cosa pequeña que molesta en forma regular. Ahora, piense por un segundo cómo hubiera preferido que la situación se desarrollara. ¿Cuál podría haber sido la otra forma ideal en que hubieran sucedido las cosas, esa otra forma que no lo hubiera dejado molesto, frustrado o infeliz?
Ahora viene la parte difícil: Considere que todo lo que nos sucede es, de hecho, perfecto, justo de la forma en que necesita ser, absolutamente lo mejor para nosotros y, de hecho, fantástico. Y la otra forma que nos hubiera evitado la molestia, frustración o infelicidad no lo era. Para nada. De hecho, a pesar de que no éramos conscientes en el momento, la inexistente otra forma hubiera sido la causa misma de nuestro descontento.
Mucha de nuestra personalidad, auto-imagen, y objetivos en la vida consisten de esos moldes o definiciones que están basados en cómo las cosas deberían haber sido. Cuando los pequeños detalles de la vida no encajan, experimentamos dolor, irritación e infelicidad. Las formas muy profundas y generalmente inconscientes en que sentimos que la vida debería ser, de hecho nos limitan y no nos permiten aceptar y manejar felizmente los encuentros reales que tenemos a lo largo del camino.
Por lo tanto, tenemos que tomarnos el tiempo para reflexionar y dejar ir en forma esencial las suposiciones que tenemos sobre la forma en que necesitamos que sea la vida. Esto nos librará para abrazar cada suceso como se presenta, relacionarnos con el con apertura emocional, maximizarnos a nosotros mismos de cara a cada situación, y reducir la frustración e infelicidad que sentimos.
Por cierto, en términos judíos esto es lo que se llama “salir de Egipto”.
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