Rab Biniamín de Toledo caminó por las calles agradables, pacíficas y prósperas del Egipto de Moshé Maimónides, el Rambam. ¿Cómo pudieron tragarse estas calles a su viejo amigo, el famoso médico y estudioso? Había desaparecido de la faz de la Tierra sin que nadie supiera su paradero. Se acercó a un edificio imponente con una verja de hierro forjado, la casa del Rambam. Había intentado entrar varias veces, pero el portero le había informado que la familia no recibía visitas. Afortunadamente, se encontró con la sobrina de Rabi Moshé que le dijo:

“Hay tantos enemigos que no sabemos en quién confiar”.

“Lo supuse. Se está escondiendo”.

“Nuestra gente lo llama el Gran Águila. Ha subido demasiado alto. Sus enemigos no pueden tolerar que un judío tenga tanta influencia. Pero me imagino que será bueno para él ver a un viejo amigo. Para lograrlo, debe encontrarse con el amigo de Rabi Moshé, Rab Iehuda Hacohen”.

Tres días después, Rab Iehuda Hacohen, luego de haber investigado las credenciales de Biniamín, dijo: “Estoy satisfecho. Sabemos que podemos confiar en usted. Pero mantener el secreto es esencial. Mañana unos estudiantes irán a su escondite. Espere en la Ieshivá después del maariv (rezo de la noche)”.

Los estudiantes lo ubicaron y juntos subieron las colinas que se encontraban fuera de la ciudad. De repente, se detuvieron y Biniamín vio una proyección rocosa iluminada por la luz de la Luna.

Entonces, los estudiantes empujaron una roca del lado del precipicio. Biniamín caminó hacia atrás y comprobó la presencia de una deslumbrante luz que salía de la montaña.

Se veía una cueva iluminada por varios cirios de cera altos clavados a la pared. Detrás de un escritorio grande, un judío con una barba color plata estaba sentado frente a unos rollos de pergamino. Su rostro parecía brillar con una luz interna y misteriosa.

El Rabino detrás del escritorio lo reconoció inmediatamente. “¡Biniamín de Toledo!”.

El hombre comprendió que este rabino era su compañero de niñez, Moshé , que había venido a buscar desde tan lejos.

Rabi Moshé le preguntó a su amigo sobre su vida, su familia, sus viajes. Biniamín le contestó todo, pero no pudo contenerse y preguntarle: “Rabi Moshé, ¿qué está haciendo aquí solo en esta cueva en el desierto?”.

“No te preocupes. Créeme, mi amigo, que todo esto es para bien. No he tenido tanta paz y tranquilidad desde mi niñez en Córdova. Ven, te mostraré algo”.

Biniamín se acercó, y Rabi Moshé apuntó hacia varios pergaminos que había en una caja. “He estado trabajando en un nuevo libro. Deseo recoger cada ley de la Torá y todas las mitzvot deducidas de la Ley Oral y presentarlas en un idioma llano y en un estilo claro. Habrá catorce libros. Muy pronto nuestro Mashiaj vendrá y nos reunirá desde todos los puntos del mundo. Necesitaremos estar muy pronto instruidos/en todas las leyes”.

“¿Cómo llamará a su libro?”.

“Lo llamaré Mishné Torá para que cada judío, una vez que haya estudiado la Torá escrita, pueda encontrar en este libro la ayuda necesaria para cumplir con las mitzvot correctamente y estudiar el Talmud con mayor facilidad”.

Biniamín se dio cuenta de que la entrevista había terminado. Él y los dos estudiantes caminaron juntos de regreso hacia la casa en silencio. Un estudiante le dijo al otro: “Siento como si hubiera visto a Rabi Shimón Bar Iojai en su cueva con Eliahu el Profeta mientras este le enseñaba”.