“Si un hombre… tanto ustedes como sus futuras generaciones, se impurificare… o estuviere en un camino lejano, hará la ofrenda de Pesaj para el Eterno el catorce del segundo mes…” (Números 9:10-11).

En la fecha en que se conmemora el éxodo de Egipto, es una mitzvá celebrar la festividad de Pesaj. Cuando el Templo estaba en pie –que sea reconstruido muy pronto en nuestros días– esta celebración implicaba ofrendar un sacrificio espiritual en la víspera de Pesaj: el cordero pascual. La Torá también nos cuenta del “Segundo Pesaj”, que se le otorgaba a un grupo de hombres que no habían podido cumplir con su obligación en la fecha designada, junto con el resto de la nación. Debido a que estos hombres estaban ritualmente impuros, habían quedado excluidos de llevar a cabo la ofrenda en honor de Pesaj. Apenadas por su oportunidad fallida de cumplir con un precepto de Di-s, estas personas fueron a ver a Moisés y le pidieron que tratara, de alguna manera, de encontrar una excepción para ellos. Di-s le habló a Moisés y le pidió que fijara otra fecha, un mes más tarde, para que en el ínterin ellos tuvieran la oportunidad de purificarse y, en esa nueva fecha, pudieran recuperar la oportunidad de presentar una ofrenda. El Segundo Pesaj se transformó así en una mitzvá, un precepto de la Torá que quedó eternizado para siempre.

Pero si el Segundo Pesaj estaba destinado a convertirse en un precepto, entonces, ¿por qué Di-s simplemente no se lo dijo a Moisés al comienzo como hizo con todos los demás preceptos? ¿Por qué no le reveló a Moisés este “plan de compensación” al mismo tiempo que le dijo lo del sacrificio de Pesaj? ¿Por qué dejó que fuera el pueblo el que lo pidiera?

El Segundo Pesaj representa el poder de la teshuvá (literalmente: “retorno”). Al retornar a Di-s, uno tiene el poder de transformar retroactivamente las fallas pasadas en genuinos méritos, porque el hecho de que antes el penitente estaba alejado de Di-s es precisamente lo que le sirve de trampolín para cumplir su deseo actual de unirse a Él. Resulta irónico, si el penitente no se hubiera alejado de Di-s, nunca habría alcanzado este anhelo que ahora siente por Él. Los momentos más oscuros de su pasado, que en su momento fueron sus más grandes impedimentos, ahora se convierten en sus más grandes ventajas: en la fuente de una profunda motivación que lo lleva a un nuevo acercamiento a Di-s.

Sin embargo, esta situación, en la que las fallas pasadas se convierten en virtudes, no puede ser algo premeditado. El manual de Di-s no podía prescribir la falta en el servicio Divino como una forma de acercarse más tarde a Él. La oportunidad de transformar el pasado debe surgir del propio penitente. Él tiene que ser quien pida que le concedan esa oportunidad y, recién entonces, se la van a conceder.

Al reactivarnos, hemos descubierto una nueva relación con Di-s. Ahora, tenemos una apreciación de Su sabiduría, Su amor y Su guía, y estamos seguros de que esto no habría sido posible si no nos hubieran forzado a dirigirnos a Él como el único tratamiento conocido para una enfermedad que es progresiva, incurable e, incluso, fatal. No nos volvimos alcohólicos para después poder descubrir a Di-s en la rehabilitación. Ni tampoco es algo que podríamos haber planeado. Ni siquiera es algo que Di-s nos habría dicho que hiciéramos.

Una vez, un grupo de chacoteros molestaron a cierto jasid diciéndole que los jasidim suelen hacer mucho jaleo por el tema del Segundo Pesaj. “Ustedes celebran una fiesta que fue establecida para los impuros”, se rieron sus detractores. “No”, respondió él. “No es una fiesta para los impuros. Es una fiesta para los impuros que se volvieron puros”.

Tal vez, a algunos les resulte extraño oírle decir a un alcohólico en rehabilitación: “Ser alcohólico es lo mejor que pudo pasarme en la vida”. Quizás, piensan que la rehabilitación solamente sirve para que seamos más parecidos al grueso de la gente, para que podamos estar en el mismo nivel que los demás, pero nosotros no contamos con el dudoso lujo del que disfrutan las “personas normales” que deciden cómo y cuándo dejar que Di-s entre en sus vidas. Esa es nuestra riqueza: debemos esforzarnos por formar parte de ese grupo de afortunados para quienes la misma supervivencia dictamina que se entreguen de lleno a Di-s.

Nunca podríamos haber planeado algo así. Di-s jamás habría aconsejado algo así. Sin embargo, así se fueron desenvolviendo las cosas. Y eso fue lo que hizo que hoy nos acercáramos a Él.