Todos nosotros nos hemos cruzado alguna vez con personas que se dedican excesivamente a su trabajo, de modo tal que su salud y su vida personal acaban sufriendo.
Una vez un amigo mío tenía una entrevista en una firma legal de gran importancia, esta ofrecía ilimitadas oportunidades de desarrollo que dependían de cuánto tiempo y cuán enérgicamente uno estuviera dispuesto a trabajar. Mi amigo se vio seriamente tentado de tomar ese trabajo, sin embargo, de repente, advirtió algo muy interesante: cada uno de los socios de la firma, sin excepción, estaba divorciado.
Mi amigo optó por volverle la espalda a la fábrica de surmenage y ahora trabaja en una firma pequeña; el salario no es tan bueno, pero la atmósfera es mucho más calma. Tiene una excelente relación con sus colegas y vuelve a su casa a una hora adecuada, lo que le permite pasar tiempo con su familia.
Mucha gente se confunde y piensa que el trabajo, en vez de ser un medio para resolver las necesidades personales, es un fin en sí mismo. La identidad de estas personas está relacionada con el puesto que ocupan y con el cheque que reciben a fin de mes, y no se perciben o no pueden percibirse como entes individuales, independientes de su trabajo. ¡Qué triste!
En el lugar opuesto, hay otros que son demasiado displicentes en su actitud frente al trabajo y descuidan sus responsabilidades y deberes básicos. No me estoy refiriendo a esos pocos que optan por vivir de la sociedad al negarse a trabajar para obtener un sueldo, los que viven del subsidio de desempleo, sino a aquellos que tal vez por falta de confianza o motivación no hacen realidad su potencial.
Hay un requisito humano básico que es ser útil, dejar el mundo un poco mejor de lo que lo encontramos. Todos fuimos creados con capacidades únicas y de cada uno de nosotros depende hacerse cargo de las responsabilidades. Vagar como un errante por el viaje de la vida ignorando oportunidades que impliquen contribuir a un bien mayor es despreciar en forma voluntaria el propósito mismo de la existencia.
El Talmud relata que uno de los discípulos del gran sabio Rabí Shimon bar Iojai (cuyo iortzait –aniversario de fallecimiento– conmemoramos en Lag BaOmer) abandonó la casa de estudios para dejar su marca en el mundo de los negocios traduciendo su sagacidad talmúdica en destreza para amasar una fortuna. Sus transacciones muy pronto le trajeron grandes riquezas. Otros discípulos de Rabí Shimon, al percatarse de la riqueza de su ex compañero de estudios, se vieron tentados de emularlo.
En un intento por detener un éxodo en masa, Rabí Shimon llevó a los disconformes a un valle situado en las afueras de la ciudad y, milagrosamente, llenó el área con monedas de oro. Entonces, les ofreció a sus alumnos la oportunidad de recolectar todas las riquezas que quisieran con una sola condición: todo lo que juntaran ahora sería tenido en cuenta contra su “cuenta” y se deduciría de su “fortuna” espiritual, que se les iba acumulando en el Mundo Venidero. Ni uno solo de ellos se vio tentado. Dándole la espalda a una vida de riquezas y de confort, fueron corriendo de regreso a la ieshivá y se volcaron de lleno en sus estudios.
La persona promedio no tiene forma de establecer una correlación entre el esfuerzo y la recompensa. En este mundo imperfecto en el que vivimos, se nos fuerza a utilizar el dinero y demás símbolos de estatus como una forma de calcular la utilidad de la contribución personal que llevamos a cabo. Para algunos, estos símbolos dejan de ser un medio para lograr un fin y se convierten en un fin mismo.
Rabí Shimon bar Iojai era kabalista. Autor del Zohar y fundador del primer sistema de instrucción mística, fue bendecido con la capacidad de revelar el real valor existencial de cada persona y cada objeto. La búsqueda kabalística de la Divinidad implica contemplar tras el velo del ocultamiento y revelar el efecto espiritual inherente que instigan nuestras acciones. Desde esta perspectiva, el oro y demás chucherías se revelan como meros juguetes, pues son absolutamente eclipsados por el verdadero propósito de la existencia: traer a Di-s al mundo y traer el mundo a Di-s.
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