Durante los primeros veinticinco años de su liderazgo, el Rebe solía recibir a sus jasidim, como también a hombres y mujeres de todos los ámbitos de la vida, en iejidut (audiencia privada) tres veces a la semana.

Las audiencias se llevaban a cabo los domingos, martes y jueves de noche. Solían empezar después del anochecer y extenderse durante la noche; algunas noches, el último de los cientos de visitantes terminaba pasado el amanecer. Muchos disponían de no más de unos pocos minutos en presencia del Rebe, pero todos salían con la sensación de que en el momento que había estado con ellos, por más breve que hubiera sido, el Rebe estuvo con todo su ser, completa y exclusivamente enfocado en las preocupaciones individuales.

El número de aquellos que buscaban el consejo y la bendición del Rebe siguió creciendo y, muy pronto, todos –menos los casos urgentes– tuvieron que esperar varios meses para conseguir una cita en iejidut. Finalmente, las solicitudes de reuniones con el Rebe llegaron a un número tal que ya no era posible darles cabida. El contacto individual con el Rebe tomó la forma de correspondencia por escrito, aproximadamente tres sacos de correo llenos de cartas llegaban cada día a la oficina en Eastern Parkway 770 en Crown Heights, Brooklyn. Cada una sería abierta y leída personalmente por el Rebe.

En 1986, el Rebe comenzó a conducir una "fila de recepción", semanalmente. Cada domingo, el Rebe se paraba en un pequeño cuarto cerca de su oficina mientras miles de hombres, mujeres y niños pasaban en fila para verlo y recibir su bendición. Muchos usaban la oportunidad para hacer una pregunta y recibir una palabra de consejo. A cada uno, el Rebe le daba un billete de un dólar y lo nombraba su agente personal (sheliaj) para darlo a una Tzedaká de su elección.

¿Por qué el dólar? El Rebe explicó su costumbre citando a su suegro, Rabi Iosef Itzjak de Lubavitch, quien a menudo decía: "Cuando dos personas se encuentran, algo bueno debe resultar en beneficio de un tercero".

El Rebe deseaba elevar cada uno de los miles de encuentros del día a algo más que un simple encuentro de dos individuos, él quería que cada uno se involucrara en la realización de una mitzvá (buena acción), particularmente, una mitzvá que también beneficiara a otro individuo.

Un fenómeno sorprendente fue relatado por todos los que iban a recibir los "dólares de los domingos". El Rebe –ya entrado en su novena década– solía estar parado y, en ocasiones, llegaba a estarlo durante ocho largas horas sin interrupción. Sin embargo, en los pocos segundos que la persona estaba con el Rebe, sentía que él estaba allí solo para ella. Era como si esa persona hubiera sido la única visitante del día.

Una vez, una mujer mayor no se pudo contener y exclamó: "Rebe, ¿cómo lo hace?, ¿cómo es que no se cansa?".

A lo que el Rebe respondió con una sonrisa: "Cada alma es un diamante. ¿Puede uno cansarse de contar diamantes?".