Detrás de cada gran hombre, hay una gran mujer -así dice el refrán. Pero ¿qué hay detrás de una gran mujer?
Después de consultar a algunas mujeres, he llegado a la conclusión de que tal vez la frase debiera ser algo así: Detrás de cada gran mujer... están sus manos muy ocupadas haciendo malabares con la maternidad, el marido, la carrera, las responsabilidades del hogar... ¡y la lista sigue!
El último shabat me encontré con una amiga, y ella me dijo lo que ya vengo escuchando de muchas mujeres. “Jana, ya no tengo nada de tiempo para mí. Todos están antes que yo.
Los chicos, desde el más chico hasta el mayor, cada uno tiene su paquete de problemas urgentes e inmediatos: prepararles la comida, la ropa y ayudarlos a resolver los asuntos emocionales que tienen con sus amigos en la escuela. Después, está mi marido que necesita mi consejo y atención. Dice que soy su mejor crítica y busca mi asesoramiento para su trabajo. Además, está mi propio trabajo, con todo el tiempo que me consume prepararme. O una ocasional llamada de ayuda para un proyecto comunitario.
Cuando finalmente el día termina, estoy completamente agotada. Y pareciera que un momento para mí rara vez forma parte del plan”.
¿Suena familiar? He oído esta queja todo el tiempo por parte de mujeres de todos los ámbitos de la vida: profesionales y amas de casa por igual, mujeres liberadas, pensadoras modernas y las otras del tipo más antiguo y conservador.
Entonces, ¿qué es lo que como mujeres nos hace actuar así, anteponiendo las necesidades de los demás a las nuestras?
Tal vez sean las expectativas que la sociedad tiene en nosotras, que nos presionan a ser la ‘mujer maravilla’, que ‘lo puede todo’. O tal vez, nuestro consabido sentimiento de culpa. Quizás, la incapacidad de dejar pasaralgo de todo lo que se nos presenta. O nuestra tediosa devoción activa a todas las áreas de la vida.
Estoy segura de que todo esto forma parte de nuestras obligaciones, pero una voz dentro de mí dice que hay una razón subyacente en el alma que permite que seamos tiradas en muchas direcciones y que aceptemos esta realidad pensando que es nuestro papel y nuestra responsabilidad.
Creo que las mujeres tenemos un entendimiento intuitivo, que dice que asumir todos estos roles es la manera más noble de definirnos.
(No me malinterpreten, no estoy queriendo decir que no es importante que las mujeres encuentren un momento para ellas mismas para hacer lo que más disfrutan y lo que las rejuvenece. Tampoco estoy queriendo minimizar el esfuerzo valiente de las mujeres ni las dificultades que superan para equilibrar todo lo que hacen).
Pero a pesar de todo eso,creo que las mujeres a menudo se dejan poner en esta posición, donde las necesidades de otros tienen primacía, porque creen que esta es la manera más elevada y desinteresada de vivir. Como tal, esto no quita a la definición de quiénes somos, sino que define la mejor manera de ser.
Déjame explicarlo.
¿Qué nos motiva a nosotros como humanos para lograr el bien (o el mal) en nuestras vidas?
Las motivaciones individuales varían y, al igual que nuestras personalidades, son multifacéticas. Pero hay un denominador común. La mayoría de los actos que realizamos están motivados por la forma en que deseamos ser percibidos por los demás, queremos poder, queremos respeto o reconocimiento por lo inteligentes o capaces que somos, por nuestros talentos o por nuestra diversidad.
A veces, sin embargo, no es el respeto o el reconocimiento de otros lo que buscamos, sino el nuestro propio. En otras palabras, quiero verme a mí misma como una persona bondadosa o capaz, que usa sus talentos para mejorar la vida de la humanidad.
Así que cuando llegamos al núcleo del por qué hago lo que hago, la flecha ineludiblemente me apunta de vuelta a mí.
No es muy lindo esto. De hecho, es más bien egoísta.
Esto se aplica hasta si pensamos que hacemos algo porque “es lo correcto”. Digamos, por ejemplo, que estuve en el teléfono con alguien durante media hora solo para levantarle el ánimo. O tal vez, estaba exhausta e hice un esfuerzo para rezar apropiadamente. Nadie se enteró de estas cosas. De hecho, me tomé la molestia de evitar mencionárselo a alguien.
Pero ¿por qué quise hacer “lo correcto”? ¿No será porque me quise sentir bien conmigo misma y sentirme aún mejor por ser una persona tan maravillosa que ni siquiera alardea? Vaya, ¡debo ser realmente especial!
Una vez más, no es muy lindo, ¿no? De hecho, hasta parece más egoísta de lo que había pensado. Pero supongamos que tu día consiste de acciones -pequeñas y grandes- que tú haces, no porque te hagan sentir particularmente ‘correcta’ o ‘buena’, sino simplemente porque tenían que ser realizadas . Supongamos que tu día se desarrolla alrededor de otros, pero no en una manera que te hace sentir qué humilde y dedicada eres, sino que simplemente estás ocupándote de tus responsabilidades, atendiendo lo que tiene que ser atendido.
Dudo de que muchas mujeres se den una palmadita en la espalda por haber hecho la cena o por haber pasado unos momentos con un niño triste.
Pregúntales por qué fueron las primeras en levantarse cuando el bebé lloraba en medio de la noche, no creo que escucharás que estaban buscando reconocimiento o respeto de sus familias. Tampoco te dirán, presumidamente, “Bueno, por supuesto, eso es lo CORRECTO, lo que hay que hacer”.
Más a menudo, ellas dirán simplemente, “porque debía ser hecho”. Porque estaba llorando o porque me necesitaba o porque amo a mi familia.
Nota el cambio de enfoque. Ya no se trata más de mí. Ya no se trata más de como otros me ven o me perciben.
Y lo más importante, ni siquiera se trata de como yo me veo a mí misma. No se trata de mis motivaciones, egoístas o no, porque realmente no se trata de mí en absoluto.
De hecho, me tardó un largo rato pensar en todo este proceso, porque ¿qué mujer tiene siquiera el tiempo o la necesidad de analizar los motivos más internos?
¡Hay demasiadas cosas para hacer!
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