Rápido: Dime qué cosa puedes darle al mundo que no provenga de tus genes, ni de tus padres, ni de tus maestros, ni de tus amigos, ni de tu sociedad, ni de carácter ni de tu crianza.
Suena ridículo, ¿no? Eso es lo que al mundo le gustaría que pensaras. El mundo quiere que pienses que no hay nada que salga del ser humano que el mismo mundo no le puso adentro antes.
Y el mundo está mintiendo. Cuando saliste del canal del parto, salió algo que nunca antes había existido, algo que se origina única y exclusivamente en ti. Con tu arribo llegó también una visión del mundo, no como es, sino como debería ser. Y el sentido de tu vida es hacer que se vuelva así.
No un talento, ni tampoco un rasgo de carácter, ni una aptitud ni una agudeza. Una visión. Y el éxito de esa visión depende de la fe que tengas en ella. Porque si tú no tienes fe en ella, nadie más la tendrá.
El mundo va a ser hostil a esa visión. Y aún más hostil a tu fe en ella. ¿Por qué? Porque el mundo se resiste al cambio y esta visión es la única fuerza que puede ejercer un cambio real.
Tus talentos - el mundo los implantó dentro de ti y está más que feliz de cosechar sus frutos. Tu personalidad - sin visión, no es más que una interfase benigna con el mundo que te rodea, tu compromiso con sus exigencias. Hasta tu intelecto solamente puede comenzar con lo que es y continuar a partir de allí.
Pero tu sentido de lo que está mal con el mundo, tu indignación, tu visión de cómo las cosas tienen que ser -eso no es el efecto, sino la causa; no es el movimiento, sino quien lo produce; no es un resultado, sino un origen primordial. No es proveniente del mundo ni del mundo. Llega desde mucho más lejos. Lo cambia todo.
Lo cual significa que vas a necesitar una fe en esa visión que sea capaz de dominar el mundo entero.
A esa visión la llamamos jojmá חכמה, que se traduce como “sabiduría”. A la fe, la llamamos emuná אמונה.
La jojmá reensambla. Explora los fragmentos de un mundo destrozado y ve el todo que deberían ser. Encuentra enfermedades y ve lo que hay que curar. Oye la disonancia de un millar de voces dispares y sabe que hay aquí una armonía esperando. Le dice al mundo: “Esto no está bien. Esto es injusto. ¡No, no es para esto que fuiste creado!”. Y entonces te impulsa a ponerte de pie y hacer lo que únicamente tú eres capaz de hacer.
La emuná no se mueve. No reacciona. No cambia ni se descompone. No puede disminuirse ni contaminarse. El ruido que bloquea su señal la afecta igual que las nubes afectan al sol. Su origen se encuentra en el núcleo de tu alma, el lugar donde todo comienza - no hay nada antes de ella que la haya traído a la existencia. La emuná cree en la jojmá, pues la jojmá fue concebida en su matriz, en aquel lugar que está más allá del cambio. Así como la emuná se fusiona con la Luz Infinita, del mismo modo, la jojmá ve esa Luz Infinita dentro de todo lo que existe. Y entonces la emuná nutre a la jojmá, y la jojmá le devuelve el favor, pues a través de la jojmá, la emuná se canaliza a la existencia.
Sin la jojmá y sin la emuná que respira dentro de ella, serías nada más que otra pelotita de billar moviéndose según las leyes de movimiento de Newton: un artefacto de tu medio. Ellas son las que te convierten en su amo. Ellas son tú, y tú eres ellas y sin ellas simplemente no existirías. De no ser por la emuná, todos seríamos redundantes; la humanidad sería algo chato, soso; los materialistas, los nihilistas y los deterministas tendrían razón. Para el caso, podríamos ser todos máquinas procesadoras de datos hechas de carne y hueso.
Tu visión es lo que hace que seas relevante. Tu fe en ella es la que hace que seas real.
El pueblo judío también nació, y con su nacimiento, llegó al mundo una visión, y una fe en esa visión. Cada judío comparte esa visión; cada uno con su propia y singular perspectiva, completamente original por propio derecho, y de vital importancia para el todo, porque la reparación de toda la máquina depende de que cada judío se encargue de su parte. En términos colectivos, nos hemos aferrado implacablemente a esa visión, a través de cada insulto y cada aliciente, cada amenaza y cada peligro, incluso cuando los aparentes hechos de la experiencia contradecían todo aquello en lo que creíamos, hasta que al final se demostró que teníamos razón. Armados de esa fe, hemos logrado transformar el mundo en forma increíble, y con esa fe, lo llevaremos a su realización definitiva.
Tú también debes aferrarte fuertemente a tu visión. Si no tienes fe en ella, nadie más la tendrá. Y con ella, cambiarás el mundo.
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