Hace varios años, un psicólogo que estaba investigando el tema de las distintas actitudes religiosas de la comunidad judía llegó a la conclusión de que hay individuos que pueden calificarse de “resistidores”, mientras que hay otros que pueden calificarse de “afirmadores”. Los resistidores se resisten a que se les diga lo que tienen que hacer. Al considerar los detalles de algún aspecto de las vida judía tradicional, con todos sus “haz esto” y “no hagas aquello”, el resistidor típico siente que todo esto es demasiado pesado, demasiado difícil y que es algo que le cuesta mucho obedecer.

Por el contrario, los afirmadores son personas que se sienten inspiradas y alentadas. A ellos les encanta aprender lo que les enseña el judaísmo. Si les dicen que tienen que complicarse mucho a fin de asegurar que algún aspecto de su vida diaria esté más cerca de lo que dicta la ley judía, ellos lo aceptan con entusiasmo. “No hay problema, sí, por supuesto…”.

Otra sutileza aún mayor es que los resistidores muchas veces se convierten en afirmadores. El hombre o la mujer que empiezan resistiendo la idea de que las leyes judías tradicionales tal vez jueguen un rol en sus vidas, a menudo, acaba afirmando con entusiasmo que estas enseñanzas con todos sus detalles les proporcionan la forma más significativa de vivir la vida. También, existen personas que pasan de ser entusiastas a ser resistidoras. Para todos, la historia sigue estando en progreso.

En efecto, en un mismo individuo puede haber en forma simultánea tanto un resistidor como un afirmador. En un momento, el resistidor es el que domina, y al momento siguiente, el que domina es el afirmador. Pero en cierto sentido, el hecho de que el resistidor se resista ayuda a que la afirmación entusiasta sea más sincera, por lo menos, en ese momento. Es posible que más tarde el resistidor vuelva a entrar en escena.

Estos dos aspectos del individuo se relacionan con un tema que trata la lectura de la Torá de esta semana, Vaishlaj[i], según explica el Rebe de Lubavitch. Allí hay un pasaje muy sorprendente en el que Jacob forcejea con un ángel, que según nos dicen los Sabios era el poder espiritual de Esav[ii]. Si bien Jacob sufrió en este enfrentamiento un daño temporario, el ángel no logró dominarlo. Y entonces, el ángel le dice a Jacob que dado que lo venció en la batalla, ahora tendrá un nuevo nombre: Israel[iii].

El nombre Jacob se relaciona con la palabra hebrea ekev, que significa “talón”. Al nacer, Jacob tenía la mano aferrada el talón de su hermano mayor, Esav. Jacob tuvo que enfrentarse a Esav y también a su tío, Labán. El nombre Jacob connota la idea de luchar, de enfrentar oposición y de encontrarse en un aprieto. Por el contrario, Israel tiene que ver con la idea de sar, príncipe, lo cual connota liderazgo y, además, contiene las letras de la palabra rosh, que significa “cabeza”.

En un pasaje anterior de la Torá[iv], cuando Di-s les puso nombres nuevos a Abraham y a Sara, los nombres viejos no volvieron a usarse más. Pero en el caso de Jacob, la Torá continúa usando ambos nombres al referirse a él: Jacob e Israel. El Rebe explica que esto se debe a que tanto Jacob como Israel existen dentro de cada judío[v]. Por un lado, está el que resiste, quien aún tiene que luchar; y por otro lado, está el afirmador, el que está inspirado.

En el caso de muchos de nosotros, gran parte de la vida la pasamos en cierta clase de lucha, y la inspiración es bastante infrecuente. Pero para Di-s, nuestra lucha, o sea, los momentos en que no es fácil, es algo muy preciado. En cualquier momento, impulsados por quién sabe qué, podemos llegar a pasar de Jacob a Israel, de la lucha interna a la inspirada iluminación.

NOTAS AL PIE



[i] Génesis 32:4-36:43.

[ii] Véase Rashi sobre Génesis 32:25.

[iii] Génesis 32:29.

[iv] Génesis 17:5,15.

[v] Véase Likutei Sijot tomo 3, p. 795-8.