En un lujoso edificio de oficinas, un grupo de personas de entre veintitantos y treintitantos años se reunió en torno a una mesa para escuchar a un panel de “expertos en citas” con la esperanza de descubrir las revelaciones tecnológicas secretas que los ayudarían a encontrar a la persona de sus sueños. Yo estaba sentada en el extremo opuesto de la mesa, frente a los presentadores. Sentía curiosidad por averiguar qué tenían para decir sobre el tema de las citas y los medios de comunicación social.
En mi sillón de cuero giratorio, una sola pregunta me acechaba y quería encontrarle respuesta: ¿Acaso las reglas del amor fueron cambiando a medida que nuestra sociedad se volvió más dependiente de la tecnología?
Con más herramientas a nuestra disposición, no hay duda de que la forma en que interactuamos cambió. Sin embargo, si esto es algo bueno o malo, es más difícil de responder. La mujer privilegiada de antaño se preguntaba si su pretendiente la iba a llamar o no. Mi generación se pregunta si él va a llamar o si va a mandarle un mensaje de texto o un e-mail o si va a publicar un mensaje en Facebook. Así y todo, al igual que las mujeres que nos precedieron, nosotras nos seguimos preguntando qué significado tiene lo que hacen los hombres.
Es verdad, la tecnología nos ofrece más opciones. Hacer citas on line ciertamente nos brinda la posibilidad de conocer una mayor cantidad de personas. Skype facilita y abarata la comunicación y, en verdad, crea relaciones a larga distancia. No obstante, parecería que tener más opciones hace que tengamos menos probabilidades de elegir.
Tal vez, el motivo por el cual los avances tecnológicos no mejoraron la mayoría de las relaciones interpersonales sea que la tecnología no es la respuesta a nuestros problemas. El dilema es cómo encaramos el tema de las citas y no con qué, no con qué herramientas tratamos de encontrar pareja. La tecnología avanzó, pero ¿acaso las ideas de la sociedad con respecto a las citas también avanzaron?
Tomemos por ejemplo la tecnología de reconocimiento facial. Yo aprendí que con esta función, la computadora puede obtener un sentido de los rasgos faciales de las personas a las que uno está mirando y con las que tal vez está hablando en un sitio de citas. Después, con esta información, el programa puede sugerirte que “chequees” personas que tienen rasgos similares a aquellas en las que estás interesado y, por lo tanto, es más probable que sean de tu tipo.
En un principio, esta idea me encantó porque limita la búsqueda en términos de cualidades estéticas, pero después, me pregunté si esta clase de tecnología no descartaría a aquellas personas que al principio no te resultan tan atractivas, pero que pueden volverse mucho más bellas a medida que las vas conociendo. ¿Acaso por el simple hecho de que estamos inventando esta clase de tecnología no le estamos diciendo a la gente que en una relación, lo más importante es la atracción física? Además, las citas por Internet ¿son lo suficientemente bidimensionales?
En otro orden de cosas, me puse a pensar que la tecnología no es la única que contribuye al despliegue publicitario del mito de la belleza. Nosotros también tenemos la culpa.
La experta en temas de intimidad que se encontraba en el panel, una joven muy menuda de entre veintitantos y treinta y pico de años, con cabello largo rubio y anteojos, se preguntó en voz alta: “Si averiguamos entre varios hombres qué es lo que están buscando, nos van a decir que lo que tienen en mente es una modelo de 1,73 m, rubia, noventa-sesenta-noventa, pero esos mismos hombres acaban casándose con la típica muchacha bajita de pelo castaño que trabaja al lado de ellos en la oficina”.
Para mi sorpresa, nadie respondió ni agregó nada, aun así todas las mujeres menearon la cabeza como diciendo que estaban totalmente de acuerdo. Los hombres, por su lado, se quedaron sentados en silencio, tal vez, pensando que los otros hombres eran los que habían “transado” y entonces ellos serían los que se quedarían con la modelo.
Yo creo que hoy en día acá radica el verdadero dilema de la vida del soltero. Esto no es un problema nuevo, sino un problema con el que nosotros, la sociedad occidental, hemos estado luchando durante siglos enteros. La noción de que la perfección física es lo más importante en una relación es tan vieja como la cultura griega. De hecho, la batalla contra este tipo de pensamiento constituye la temática central de Jánuca.
Existe un libro muy famoso de filosofía judía llamado El Kuzari que trata este problema. El autor compara a la sabiduría griega con una flor, y a la sabiduría judía con un fruto.
La flor es bella y tiene un aroma agradable. Uno siente gran alegría y dicha al mirar una flor. Sin embargo, el problema con la flor es que una vez que uno la arranca, se muere. No puede disfrutarla por mucho tiempo. Por el contrario, el fruto es algo que puede comerse y que nutre al cuerpo y, por lo tanto, es algo que da vida. Además, el fruto tiene semillas que, al plantarse, producen más frutos.
Asimismo, el misticismo judío señala que todas las frutas tienen una cáscara y que para poder comer y realmente disfrutar de la fruta, uno tiene que atravesar esa cáscara. La belleza física puede ser extraordinaria, pero para que el amor perdure y sea real y verdadero, tenemos que atravesar la cubierta externa de la persona y así llegar a conocerla en su esencia. Tenemos que conectarnos con el otro tanto externa como internamente. Sí, es verdad que la atracción inicial puede ser física, pero si la relación no va más allá de lo meramente físico, entonces, no va a llegar a madurar para alcanzar su verdadero potencial. No va a dar frutos.
Si miramos el amor en forma superficial, muy pronto nos aburriremos de la persona con la que estamos saliendo y saldremos a buscar otra flor más bonita y más nueva. Pero si buscamos algo más profundo y tratamos de construir una relación que nos nutra tanto a nosotros como a nuestro compañero, entonces podremos crecer juntos y traer más cosas buenas al mundo. No es que la belleza no sea importante. Eso es parte del paquete, pero no es todo el paquete.
La cultura griega percibía la belleza como un fin en sí mismo. Desgraciadamente, nuestra cultura aún sigue pregonando esta idea, pero el pensamiento judío afirma que la belleza del mundo físico es un medio para alcanzar un propósito superior que consiste en elevar lo físico a lo espiritual.
¿Qué tiene de malo el ideal griego de la belleza? ¿Por qué los judíos se opusieron a él? El concepto judío de belleza no discrepa totalmente con la definición que hicieron los griegos. Los judíos también piensan que la belleza exterior es importante. El debate no es si la belleza exterior es mala o buena, sino que la discusión pasa por qué clase de belleza debe enfatizarse. Para los judíos, la belleza interior, la belleza espiritual, es mucho más valiosa que la superficial belleza física que tanto valoraban los helenistas. Pero no la belleza en y por sí misma.
Además, los helenistas afirmaban que solo una cierta clase de belleza era “perfecta”, mientras que los judíos sostienen que todos son creados a la imagen de Di-s y que por lo tanto podemos encontrar algo bello en cada persona.
La razón por la cual los hombres que piensan que están buscando lo que ellos llaman la “perfección” acaban casándose con alguien completamente diferente de la persona que se habían imaginado es que el concepto griego de belleza como un fin en sí mismo es absolutamente falso.
No es que la muchacha bajita de pelo castaño no sea bonita. De hecho, es muy posible que sea, incluso, más bonita que la modelo rubia, solo que si ella no hubiera trabajado en la oficina junto con su futuro marido, tal vez, él nunca se habría acercado a ella. Posiblemente, jamás habría pensado siquiera en salir con ella, porque ella no era el ideal de lo que estaba buscando. Sin embargo, la proximidad y el hecho de conocerse el uno al otro como personas antes de que se desarrollara una relación de pareja, contribuyó a que ellos se conectaran y “se enamoraran”.
El amor no tiene atajos. Las citas por Internet ciertamente ayudaron a mucha gente a que se conociera, pero al fin de cuentas, lo que verdaderamente estamos buscando es algo que va más allá de la tecnología, es algo que tiene que ver con conocer al otro. Y eso lleva tiempo y energía. Es reconocer la esencia del otro y buscar sus puntos buenos. Es conocerlo en forma tan profunda que lo llegamos a conocer más allá de la cáscara del cuerpo y los muros con los que se protege del mundo. Es ver la luz pura que brilla dentro de ellos: es encontrar su alma.
Por lo tanto, podemos decir que lo que verdaderamente buscamos en nuestra pareja no es únicamente la belleza, nosotros queremos el paquete entero. Por supuesto que tenemos que sentirnos atraídos hacia esa persona, pero no basta con la mera atracción. Queremos a alguien que saque a flote lo mejor de nosotros mismos; también, a alguien cuyas cualidades nosotros admiremos. Para descubrir estas cualidades, lo mejor será que nos apartemos de las distracciones que nos ofrece la tecnología y nos centremos en la persona misma. Cuando encontramos estas virtudes en nuestra pareja, vemos la belleza, sentimos pasión y quedamos perdidamente enamorados. Y esa es una lección eterna.
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