Por dondequiera que lo mires, Lot fue un absoluto fracaso.
Fue criado por su tío Abraham, pero aun así acabó siendo un fracaso.
Se mudó a la ciudad más corrupta de todo el mundo -Sodoma- optando por criar a sus hijos en un infierno sin Dios.
Se casó con una bruja que le hizo la vida amarga e imposible, y que acabó su amarga vida convirtiéndose (no sin cierta ironía) en una columna de sal.
Posteriormente, después de que los ángeles lo salvaron del apocalipsis, se escapó a una cueva y bebió hasta más no poder, y acabó engendrando hijos de sus propias hijas. Sus actos fueron considerados repulsivos incluso en la sociedad inmoral de aquella época; su tío Abraham se vio forzado a trasladarse para evitar el inminente bochorno.
No la clase de tipo al que invitarías a tu casa a tomar una cerveza.
Pero ¿acaso olvidé mencionar algo? ¿De veras fue una total desilusión o tal vez sí le quedó algo de la educación que recibió al vivir en la casa de Abraham, después de todo?
Retrocedamos y revisemos parte de la vida de Lot otra vez más.
Dos ángeles disfrazados de hombres llegan al Planeta Tierra para destruir a Sodoma y sus suburbios. Ellos entran a la ciudad pero primero tienen que rescatar al sobrino de Abraham y a su familia. Pero en este lugar tan depravado, en que se suele mutilar a los huéspedes (o incluso cosas peores), no hay nadie que les muestre el camino que conduce a la casa de Lot.
Por suerte para Lot, esa noche él es el magistrado de la ciudad y él es el encargado de asegurarse de que no entren extraños.
Pero Lot fue educado en la casa de Abraham y Sara; creció en una tienda que tenía puertas en todas direcciones; en una tienda que les daba la bienvenida a todos, no importa quiénes fuesen.
¡La educación que recibió sí causó un impacto! A pesar de que él descartó la mayor parte de lo que se le había enseñado, el hábito de la hospitalidad es algo que permanece. Él no puede dejar que los que no tienen casa se queden sin casa. Por eso los invita a pasar. Sin saberlo, recibe en su casa a aquellos que han de salvarle la vida.
Nosotros, en nuestro rol de maestros, padres, entrenadores, mentores y terapeutas, a veces encontramos lo que se llama un “caso perdido”. Todo el esfuerzo, el tiempo y el dinero que invertimos a fin de causar algún cambio parecerían no ejercer ningún efecto. “No hay nadie en casa; no hay quién responda”.
A veces nos preguntamos: ¿para qué vamos a seguir derrochando tiempo en esta causa imposible, cuando en lugar de eso podríamos estar invirtiendo en historias de éxito?
Pregúntenle a Lot.
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