Mientras se dirigían rumbo a la jupá (palio nupcial), la novia y su madre sostenían sobre sus cabezas un pequeño y viejo paraguas colorido, a pesar de que en Jerusalem el día estaba muy lindo. Era una escena digna de contemplar, y una marcha nupcial difícil de olvidar.

Más tarde, cuando alguien les preguntó acerca del paraguas, contaron esta historia.

Era un día de un frío glacial en Brooklyn, llovía en forma torrencial, y una niña, pequeña que sostenía entre las manos un pequeño paraguas de colores, aguardaba pacientemente a la entrada del “770”, la Sede Central de Lubavitch, con la esperanza de poder ver al Rebe cuando este llegara a los servicios matutinos.

El auto del Rebe estacionó junto al edificio y él salió velozmente. No llevaba paraguas. Estaba a punto de entrar en el edificio cuando de repente advirtió que en la puerta había una pequeña niña que quería saludarlo con mucha ansiedad. El Rebe le sonrió con calidez y empezó a caminar hacia la entrada, en ese momento, ella le ofreció compartir su paraguas. El Rebe se inclinó para ubicarse bajo el paraguas que la niña sostenía con tanto orgullo y así fue todo doblado y llegó al 770 completamente empapado. Después de abrirle la puerta para que ella también entrara, el Rebe con una sonrisa enorme le dijo: “Gracias por compartir”.

La joven novia eligió dar inicio al próximo capítulo de su vida debajo de ese paraguas, testigo de un acto de sensibilidad tan elegante, pequeño en tamaño pero grande en simbolismo.

Un manuscrito muy sensible

Muchísimo tiempo antes de que se pusiera de moda la ecología, y mucho antes de que el mundo se volviera verde, incluso, antes de que surgiera la gran variedad de movimientos en defensa de los derechos de los seres humanos y de los animales que existe hoy en día, existía un antiguo documento, que es la firme roca sobre la que se apoya un pueblo histórico y su ley, que abogaba por estos valores y muchos otros.

Ese documento es la Torá, que se ocupa no solo del bienestar del ser humano, sino también de la vida animal y vegetal, y hasta también nos ordena demostrar respeto por los objetos inanimados.

La Torá fomenta la sensibilidad y el respeto por todos los entes existentes, no importa cuál sea su capacidad de inteligencia o expresión emotiva.

A continuación, mencionaremos algunos de los tantos ejemplos que la excepcional sensibilidad de la Torá nos alienta a demostrar por nuestros vecinos no humanos en este mundo tan diverso y polifacético en el que vivimos.

Con respecto a los animales, no tenemos que ir muy lejos.

El primer grupo de preceptos de origen Divino, en realidad, no fueron los famosos Diez Mandamientos del Sinaí, sino un grupo de siete preceptos. No nos estamos refiriendo a los Siete Preceptos de George Orwell que aparecen en su libro Rebelión en la Granja, sino a la misma cantidad que le dio Di-s a toda la humanidad al inicio de la civilización, y que conocemos como las Siete Leyes Noájidas.

Allí se encuentran en la compañía ilustre de leyes tan fundamentales y universales como la creencia en Di-s y la prohibición del asesinato y del adulterio, una ley que prohíbe la práctica de comer partes de animales vivos. ¡Sí, una demostración de la inquietud por el bienestar de los animales![1].

Además de prohibir el tratamiento cruel hacia los animales, que constituye una contribución moral que se adelantó a su época, la Torá quiso infundir en sus adherentes un sentido de compasión por los animales. Esto puede apreciarse en el énfasis que la Torá pone en un acto que llevó a cabo nuestro patriarca Jacob cuando era pastor. La Biblia (Génesis 33: 17) dice que: “Para su ganado hizo sucot [casillas o cabañas]; por eso, llamó al lugar Sucot”. Jacob se ocupaba de atender a sus animales y construyó sucot para que no estuvieran expuestos a la intemperie. Tan grande era su sensibilidad por los animales, y tan importante era esta lección para la posteridad ¡que toda una ciudad fue llamada así en honor a este acto![2].

Un mal día

Lo que sigue es una increíble muestra de consideración por los animales que se puso de manifiesto en un asombroso detalle de la construcción del Tabernáculo. En vez de construir primero paredes y luego un techo, Di-s ordenó[3] que primero se construyera la cubierta del Tabernáculo y una vez que esto estuviera finalizado, recién las paredes.

¿Cuál es la lógica de hacer una cubierta cuando todavía no hay nada que cubrir?[4].

La razón es la siguiente: inmediatamente después de recibir la notificación de que Di-s los había honrado con la tarea de construir una morada para Él, o sea, el Mishkán, las mujeres justas de Israel respondieron con gran entusiasmo.

Dice el versículo: “Todas las mujeres cuyas corazones las inspiraron con sabiduría “tejieron-hilaron las cabras [para formar paneles que cubrieran el Tabernáculo]”.

¿Cuál es el significado de esta frase tan extraña “tejer-hilar las cabras”?

Explica Rashi: “Esta artesanía era algo extraordinario, puesto que hilaban [los paneles usando] la lana de las espaldas de las cabras antes de que fueran esquiladas”. (Esta proeza acrobática se llevaba a cabo para que se produjera un vellón “vivo” en vez de un vellón “muerto”, ya que eso se consideraba una ofrenda más ventajosa).

Sin embargo, resulta que como las mujeres actuaron con más entusiasmo que los hombres, las vigas y los zócalos que conformaban las paredes tardaron más en estar listos.

Por eso, en vez de dejar a las cabras “peinadas con rizos al estilo rastafari” hasta que estuvieran listas las paredes, rápidamente se las esquiló y se hicieron de inmediato los paneles para el techo del Tabernáculo, a fin de minimizar la incomodidad de los animales (y restaurar su imagen propia)[5].

Además, más allá de la mera compasión por los animales, la Torá exige que pongamos a los animales… ¡antes que a nosotros mismos!

Basándose en el orden del versículo[6] “Y daré pasto en tus campos para tu ganado, y comerás y quedarás satisfecho”, el Talmud[7] sostiene la ley de que las personas tienen prohibido comer hasta que no les hayan dado de comer a sus animales.

Después que hablen de los “derechos de los animales”…

No daña el medio ambiente

Pasemos ahora al ámbito del reino vegetal, llamado tzomeaj.

Existe una prohibición bíblica muy reveladora[8] que prohíbe a los soldados talar árboles frutales cuando sitian una ciudad enemiga. Vemos con asombro que los árboles que producen frutos deben ser protegidos a toda costa, incluso, ¡a costa de una victoria militar acelerada!

Rabí Janina, el gran sabio talmúdico, recalcó la enorme importancia de esta mitzvá cuando declaró que incluso su hijo Shivjat había muerto debido a que taló una higuera antes de tiempo, vale decir, cuando todavía daba frutos[9].

El mundo inorgánico, llamado domem, tampoco se queda afuera, sino que merece toda nuestra consideración y todo nuestro respeto.

Una expresión muy conmovedora de esta idea aparece en el mandato bíblico: “No ascenderás con escalones a mi altar [sino que construirás una rampa], para que tu desnudez no quede al descubierto sobre él”.

Señala Rashi: “[No había] un desnudo propiamente dicho, ya que está escrito: ‘Y les harás pantalones de lino’; no obstante, dar pasos grandes [sobre escalones] está muy cerca de [parecer] estar desnudo, lo que sería muy humillante para los escalones…”[10].

Vemos entonces que la inconveniencia del santo Sacerdote, que tenía que subir por una rampa en vez de subir por escalones mientras llevaba a cabo su sagrada labor en el templo, está segunda en importancia después de la dignidad de un bloque de piedra sin vida[11].

¡Está con vida!

Para que no se confunda la Torá con los movimientos actuales, que noblemente fomentan muchos de los derechos mencionados anteriormente, es necesario que señalemos algo muy importante.

La base y el motivo de la Torá para abogar por la benevolencia y la compasión hacia los seres que no son humanos no se centra en un interés en nosotros mismos ni en el temor de nuestro propio delicado futuro (como aquellos que dicen “Si no nos ocupamos del planeta hoy, mañana ya no vamos a tener ningún planeta que se ocupe de nosotros”. O, en el caso de los derechos humanos, “Si no luchamos por la libertad de todos los hombres, puede que un día perdamos la nuestra”).

El interés de la Torá surge del hecho de que el judaísmo, tal como lo enseña la filosofía jasídica, sostiene que existe un punto de vida, una “chispa de Di-s” en cada aspecto de la creación. Esta chispa es una extensión del Creador que debe ser tratada como tal.

Rabí Nissan Mangel, un destacado autor, fue comisionado por el Rebe para traducir el Tania al inglés. Cuando tuvo que traducir la palabra domem, utilizó la traducción estándar de “inanimado”.

Sin embargo, uno de los temas principales de Tania (en Shaar HaIjud VehaEmuná) es que en verdad no existe nada “inanimado”, ya que todo contiene una chispa Divina. El Rebe revisó su traducción y reemplazó “inanimado” por “silencioso”[12], en el sentido de que mientras hay vida, incluso en algo domem, el objeto de este ámbito se mantiene “silencioso”, ocultando la inherente chispa Divina que posee. Rabí Mangel, que quería mantener un estilo elegante, mantuvo la palabra “inanimado” y puso entre paréntesis la palabra “silencioso”. Al revisar la traducción por última vez, antes de la publicación, el Rebe le quitó los paréntesis, a la palabra “silencioso”, y se los puso a la palabra “inanimado”.

La palabra “inanimado” en ese contexto no era solamente una traducción inexacta, un uso técnico erróneo de la palabra; la diferencia entre ambas palabras afecta la esencia de la realidad, su raíz y su carácter Divinos.

En consecuencia, este es el sentido de la presencia Divina en toda la creación, al que le rendimos tributo y respeto y por el cual exhibimos sensibilidad y consideración.

Por lo tanto, en el análisis final, esto es un testamento de una verdad ulterior y un cimiento de nuestro mundo: en nuestra esencia, todos provenimos de una misma fuente, continuamos siendo uno y podemos ‒y un día lo haremos‒ vivir como uno.

¿Y entonces?

“Ahora bien: si con respecto a estas piedras, que no tienen la inteligencia necesaria para objetar dicha humillación, la Torá dice ‘No las trates de manera humillante’, entonces, en el caso del prójimo, que fue creado a la imagen de tu Creador y a quien sí le molesta ser humillado, ¡con cuánto más respeto deberás tratarlo!”, Rashi.



[1] Por ejemplo, la Biblia prohíbe ponerle bozal al buey (o a cualquier otro animal) cuando está trabajando en el campo (Deuteronomio 25: 4), ya que esto le causa sufrimiento al animal. El animal ve el grano, pero no puede comerlo. Del mismo modo, la Biblia prohíbe que uno are el campo con dos especies diferentes de animales (Deuteronomio 22: 10). Esto se debe a que las distintas clases de animales (en la Biblia se usa el ejemplo de un buey y un asno) no funcionan como un equipo, ya que uno es más grande y más fuerte que el otro, y esto les causa un sufrimiento excesivo (véase comentario de Ibn Ezra sobre este versículo). Asimismo, enviar a la madre pájara antes de tomar sus pichones o huevos es explicado por ciertos comentaristas como una forma de minimizar el dolor de la madre pájara (Deuteronomio 22: 6).

[2] El Talmud (Bava Metzía 85.ª) cuenta una historia para explicar por qué Rabí Yehuda el Nasí, conocido como Rebi, sufrió durante trece años de cálculos en los riñones y de escorbuto. (De hecho, su dolor era tan intenso que sus gritos cuando iba al baño se oían a gran distancia). Había una vez, un carnero que era llevado al matadero. El carnero fue y ocultó su cabeza bajo la ropa de Rebi y lloró. Rebi le dijo: “¡Ve allí! ¡Para esto fuiste creado!”. Dijeron [en el Cielo]: “Dado que no tiene compasión, causémosle sufrimiento”. El sufrimiento se fue debido a otro episodio diferente. Un día, la sirvienta de Rebi estaba barriendo la casa. Algunas comadrejas habían sido arrojadas allí, y ella estaba a punto de barrerlas. Rebi le dijo: “No las toques. Está escrito (Salmos 145: 9): ‘Y Su compasión está en todas Sus obras’”. Dijeron [en el Cielo]: “Dado que es tan compasivo, seamos compasivos con él”.

[3] Véase Éxodo 26: 1.

[4] Véase Rashi sobre Éxodo 38: 22.

[5] Basado en una charla del Rebe de Lubavitch, publicada en Likutey Sijot, tomo 16. El Rebe también da otra explicación: si se dejaba el pelo de las cabras sin esquilar hasta que las vigas del Tabernáculo estuvieran listas, el pelo crecería y no podría ser hilado.

[6] Deuteronomio 11: 15.

[7] Brajot 40.ª.

[8] Deuteronomio 20: 19. El Talmud extiende esta prohibición de no destruir los árboles frutales a toda clase de destrucción derrochadora y considera destrucción derrochadora a toda forma que transgreda la ley de la Torá (Shabat 129.ª; Bava Kama 91b). Esto se conoce como el principio de bal tashjit (literalmente: “no destruirás”, que es una prohibición en contra de la destrucción o el derroche innecesarios).

[9] Talmud, ibíd.

[10] De hecho, la lección de esta ley es triple: debemos abstenernos de cometer actos insensibles incluso cuando el otro no es consciente de que se le está faltando el respeto, e incluso, cuando el culpable no tiene intenciones de ofender, e incluso, cuando la ofensa no es exactamente según la ley. Véase Likutey Sijot, tomo 21, pág. 124.

[11] Veamos lo que ocurrió en el caso del Rey David, que sufrió de una extraña enfermedad cuando era anciano. Su cuerpo y su ropa no lograban proveerle el calor necesario y siempre tenía frío (Reyes 1, 1: 4). El Midrash dice que el Rey David contrajo esta enfermedad tan inusual como un castigo Divino por haberle cortado la prenda de vestir al Rey Saúl muchos años antes. David, en forma encubierta, le cortó la ropa a Saúl cuando este estaba haciendo sus necesidades a fin de demostrarle a Saúl que podría haberlo matado si hubiera querido (Samuel 1, 24: 5). El Talmud declara: “Todo el que trata la ropa de un modo irrespetuoso, al final, no obtendrá de la ropa ningún beneficio” (Talmud, Brajot 62b).

[12] Como en la palabra del versículo (Levítico 10: 3): “Vaidom Aarón” (“Y Aarón se quedó en silencio”).